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martes, 1 de enero de 2019

Los tres San Juan y la Masonería


San Juan es una figura que tenemos siempre presente en la Masonería, la cual es de gran importancia por su simbolismo, tradición y por el legado histórico.

Durante el Helenismo, se produce un sincretismo en que el cristianismo utilizó fechas importantes celebradas por los cultos paganos con el fin de introducir su doctrina. Allí, utiliza la práctica de adoración al sol como fuente de generación y regeneración de vida, para identificar a San Juan Bautista con el solsticio de verano y a San Juan Evangelista con el solsticio de invierno.


San Juan Evangelista, coincide con el signo de Capricornio en el solsticio de invierno y se le llamaba "puerta de los dioses", estando signado por la tristeza y la desesperanza, por el alejamiento del dios sol que parecía que la naturaleza era  abandonada por la divinidad, por lo que habría de morir.

La festividad de San Juan Bautista bajo el signo de Cáncer, que es coincidente con el solsticio de verano, se celebraba bajo un carácter distinto: se la llamaba "la puerta de los hombres" y significaba el apogeo del Sol, el momento en que los días son más largos y la naturaleza ha llegado a su límite de verdor y frondosidad.

Ambas fiestas, aunque parecen contrapuestas, se complementaban y como tal, simbolizan que tras la tristeza que se manifiesta ante la retirada del Sol, llega el momento en que se revierte la tendencia. La conmemoración fue llamada en el mundo romano "Dies natalis solis invictus", el día del nacimiento del sol invencible. De allí que el cristianismo asume el día 25 de diciembre como el del nacimiento del Maestro Jesús, como el regenerador de la humanidad tras derrotar a la muerte representada por el alejamiento del Sol que se dibuja en la elíptica del movimiento de traslación del planeta Tierra alrededor del astro rey.

Bien lo anuncia San Juan Evangelista: "Es preciso que El crezca y yo mengüe", lo cual, entre otros simbolismos, evoca perfectamente el ciclo anual. Y es que, en el fondo las dos mitades del círculo no hacen sino recordar las dos fases que concurren en un mismo ciclo: la ascendente y la descendente.

Masónicamente graficamos este ciclo mediante un círculo rodeado de dos rectas paralelas tangentes y verticales, que contiene un punto en su centro. El círculo corresponde al ciclo anual, identificado con el recorrido del Sol –punto situado en el centro del círculo-;  el hecho de que las dos columnas sean paralelas indican simetría y que sean tangentes nos dice que estarán situadas en los puntos límite del ciclo, los dos solsticios opuestos.

El círculo, en la medida que avanzamos en nuestros estudios masónicos, le vamos encontrando nuevos y más profundo significado. Filosóficamente, el punto simboliza el inicio, lo que numéricamente identificamos con el numero UNO, es la emanación primaria desde la cual parte la Creación  y donde todo es sutil e indiferenciado. De allí se va generando un proceso jerárquico, de descenso o degradación ontológica, proveniente del Ser Supremo. Este devenir, visto simbólicamente, nos es útil para explicar la producción de la realidad inferior como una especie de irradiación a partir de la superabundancia de la superior, que es el GADU, lo UNO, la realidad subsistente y originaria, sin que ésta pierda su unidad ni se contamine con lo inferior a lo largo del mismo.

En este proceso de creación, que en el grado de Aprendiz estudiamos los tres primeros números y en grados sucesivos, llegamos hasta el DIEZ, se enmarcan en las dos columnas que se colocan tangentes y verticales representando a los solsticios, que a su vez se identifican con los dos San Juan. Este símbolo interpreta toda la Creación, desde el punto inicial, representado su origen en el UNO, hasta la línea que distingue el círculo que constituye el Universo y las líneas o columnas tangenciales. Allí se visualiza el proceso cíclico necesario e imprescindible para que la materialización de la emanación, sea percibida por los seres humanos como realidad múltiple, diferenciada, material perceptible por los sentidos. 

En el ritual del Grado de Aprendiz lo recreamos en cada Tenida en el parlamento del porqué los vigilantes y el Venerable Maestro se ubican en el Occidente, el Sur y el Oriente. El Occidente es la realidad diferenciada, múltiple, material, donde el bien y el mal coexisten, el final de la creación donde reinan las tinieblas de la opinión sobre la ciencia y la virtud. Allí se instala la Logia de San Juan como energía regeneradora de la Masonería en su labor de edificar en este plano material la Gran Obra, signada por la belleza de la virtud, porque la idea de BIEN, de VIRTUD, es consustancial con la de BELLEZA, ya que la Gran Obra jamás puede ser grotesca.

Nuestro transito existencial debe tener por objetivo ir hacia el punto inicial, en búsqueda de la SABIDURIA simbolizada en el Trono del rey Salomón y que en la Logia lo ocupa alegóricamente el Venerable Maestro y allí, en el Oriente, se encuentra el Sol, símbolo del punto inicial y de la fuerza motora de la Creación. Por ello el Aprendiz pasa de la Columna Norte, donde los rayos del Sol son esquivos, hacia la del sur, donde brilla el Sol del conocimiento y luego, en la medida de su trabajo en su templo interior, que se proyecta en la sociedad, busca la exaltación en el grado de Maestro que lo coloca definitivamente en la senda de encontrar la verdadera Luz, aquella filosófica que le muestra su maestro interior y lo conduce por la plomada, la vertical, con la escuadra y el compas, en busca de los grados superiores de crecimiento espiritual.

Para ello los masones tenemos muchos maestros como referencia. Uno de ellos es San Juan el Limosnero,  hijo del rey de Chipre, nacido en esa isla en el siglo VI y quien abandono los goces del poder para emigrar a Jerusalén, ayudar a los peregrinos, fundar un hospital  y organizar una fraternidad con el objeto de auxiliar a los cristianos, por lo que en la tradición se le ha designado como protector de la Orden Masónica de los Templarios.

En conclusión, las fechas solsticiales nos muestran los ciclos de la existencia y así como San Juan Bautista descubre el inicio de la obra terrenal del Maestro Jesús, en aquel momento simbólico del cruce del rio Jordán, recordemos la prueba del agua en nuestra iniciación; San Juan Evangelista cierra el ciclo de la obra del Maestro burilando su grandioso planteamiento filosófico, el cual es referencia obligada en los estudios de la Filosofía Perenne. San Juan el Limosnero nos muestra un ser humano excepcional, dedicado a construir su templo interior, proyectando su accionar en la sociedad como obrero de paz, en función de la Gran Obra.

Esta simbología debemos tenerla presente en el proceso de conocimiento de sí y de tallar la piedra en bruto, fundamental en la construcción de nuestro templo interior de virtudes, camino por el que debe transitar todo masón y coadyuvar con su accionar, a fortalecer la inmensa cadena fraternal que encarna la Gran Orden Masónica Universal.
Ap:. 15 junio / 2018

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