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viernes, 22 de septiembre de 2017

Animismo y masonería



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El Diccionario de Filosofía de Hernán Albornoz define animismo como “la doctrina afirma que en cada uno de los objetos existe un espíritu invisible que lo gobierna. El animismo es característico del pensamiento mito mágico”. El Diccionario de la Lengua española (DRAE) nos dice que es la “doctrina médica de Ernt Stahl, médico y químico alemán de comienzos del siglo XVIII, que considera al alma como principio de acción de todos los fenómenos vitales, tanto en los estados normales como en los estados patológicos”; pero una segunda y tercera acepción señala que es la “creencia que atribuye vida anímica y poderes a los objetos de la naturaleza” y tercero: la” creencia en la existencia de espíritus que animan todas las cosas”.


El animismo (del latín anima, alma) es un concepto que engloba diversas creencias en las que tanto objetos (útiles de uso cotidiano o bien aquellos reservados a ocasiones especiales) como cualquier elemento del mundo natural (montañas, ríos, el cielo, la tierra, determinados lugares característicos, rocas, plantas, animales, árboles, etc.) están dotados de alma y son venerados o temidos como dioses. De allí que el DRAE lo relaciona con las definiciones de alma, del latín anima, como el “principio que da forma y organiza el dinamismo vegetativo, sensitivo e intelectual de la vida” y en “algunas religiones y culturas, sustancia espiritual e inmortal de los seres humanos”; ésta a su vez con el termino anima, del latín anĭma, y este del gr. ἄνεμος, soplo, alma pena en el purgatorio, según creencias religiosas.

Resumiendo, es la creencia que considera que todo en la naturaleza está animado, tanto en su particularidad, como en su conjunto.

Edward Burnett Tylor (1832-1917) antropólogo de tendencia evolucionista, estudió el animismo en su obra "La cultura primitiva" (1871) en la que expone su tesis de que todas las religiones primitivas derivan, de una u otra manera, del animismo, por lo que este se encontraría en la génesis de todas las religiones. Esta hipótesis, que resulto revolucionaria en su tiempo, sin embargo, no ha podido ser contrastada por la antropología cultural posterior, cuyos estudios experimentales la han puesto en entredicho, fundamentando las objeciones en que no se pueden aglutinar en un solo tipo de religión las creencias de pueblos diseminados en el globo terrestre, sin comunicación entre sí. Sociólogos como Emile Dourkheim señalan que las creencias religiosas tienen funciones emocionales y sociales más que intelectuales; así como la calificaron etnocentrista con una visión de la cultura occidental europea que se impone a culturas no occidentales.

El aporte de E.B. Tylor es en la formulación de la definición del animismo como la atribución de un principio vital, o alma (anima), que dota de rasgos personales a los objetos de la naturaleza, con lo que a estos, en consecuencia, se les supone poseedores de vida, sentimientos, voluntad, etc., similares a las del ser humano, además de sus estudios que no son del todo descartables.

Un término que debemos tener presente es el de animatismo, que es la creencia en entidades, poderes o energías espirituales o sobrenaturales, capaces de influir en la vida de una persona de forma distinta a como influye el alma. Otro concepto es el de antropopatismo, (derivado del griego anthropos, su significado es compuesto por dos palabras latinas hombre y pathos, pasión), desde el siglo XIX, para designar la inclinación natural del hombre a humanizar la naturaleza, a ver en ella determinadas capacidades y propiedades humanas. Es importante señalar que la antropología cultural actual distingue determinadas diferencias entre ambas definiciones, considerando el animismo como en seres personalizados, pero incorpóreos llamémosle alma o dioses y el animatismo como la atribución de poderes y conciencia humana a los objetos inanimados.

Algunos críticos de la masonería la comparan con prácticas sabeistas, religión de los antiguos caldeos. Estos, aunque creían en un principio deífico, impersonal, universal, no lo mencionaban jamás, pero tributaban culto a los dioses y regentes del Sol, de la Luna y de los planetas, considerando como sus símbolos respectivos a los astros y otros cuerpos celestes. Cierto es que la Orden utiliza en su simbología el Sol, la Luna, estrellas, pero muy lejos está asignarle vida o poderes sobrenaturales a dichos astros. Es una manera didáctica de enseñar sus principios racionales. La Luz se identifica con el conocimiento y que mejor símbolo de la Luz que los rayos solares, que derrota a la oscuridad cuando se presentan en cada amanecer. La belleza aludida por la Luna, que engalana las noches e inspira a poetas. Las estrellas, que bordan el firmamento haciendo manifiesta las leyes que rigen el Universo. Allí hay razonamiento y los masones sólo se arrodillan ante la razón. Muy lejos está alguna práctica animista ni de conducta que se aleje a principios racionales.

Bibliografía
Albornoz, Hernán. Diccionario de Filosofía. Vadel Hernmanos, editores. Valencia. Venezuela. 1990.
Real Academia Española. Diccionario de la Lengua española. Vigésima segunda edición. Madrid. España. 2001

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