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lunes, 5 de febrero de 2018

Antonio José de Sucre: Derecho Humanitario y Masonería



El Derecho Humanitario y la Masonería tienen una base en común: el respeto de la dignidad del ser humano. La obra existencial de Antonio José de Sucre es expresión de ambas prácticas.
El 3 de febrero se cumplen 223 años del nacimiento en la entonces pequeña ciudad de Cumaná, en el Oriente venezolano, de Antonio José de Sucre y Alcalá, quien se encumbró en la gloria tras los triunfos como Jefe del Ejercito, primero, en la Batalla del Pichincha, la que ocurrió el 24 de mayo de 1822, en las faldas del volcán Pichincha, a más de 3000 metros sobre el nivel del mar, cerca de la ciudad de Quito, con la cual se selló la independencia de la actual República del Ecuador; también en la Batalla de Ayacucho, la que fue el último gran enfrentamiento dentro de las campañas de las Guerras de Independencia Hispanoamericana. Esta acción se desarrolló en la Pampa de la Quinua en el departamento de Ayacucho, Perú, el 9 de diciembre de 1824. La victoria significó la desaparición del último virreinato que seguía en pie, el del Perú, y puso fin al dominio colonial realista español en Sudamérica.

Sucre se destacó no solamente por su pericia militar demostrada en ambos encuentros, sino por el trato humanitario que le prestó a los vencidos, al punto que El Libertador, en febrero de 1825, escribió una biografía del héroe de Ayacucho titulada Re­sumen sucinto de la vida del General Sucre” (Reimpresa. Ediciones de la Presidencia de la República de Venezuela, 1972). En la misma expresó… “Este tratado es digno del alma de Sucre, el será eterno como el más grande monumento de la piedad aplicado a la guerra”.
Sucre fue un adelantado con respecto al Derecho Humanitario. El mundo civilizado tuvo que esperar cuatro décadas para la creación del Comité Internacional de la Cruz Roja y más de un siglo para los Convenios de Ginebra, que regulan el Derecho Interna­cional Humanitario. Ya Sucre había adelantado en la práctica esas ideas benefactoras.
Sucre ya había exhibido dotes bienhechoras en 1820, en la oportunidad del inicio de las conversaciones diplomáticas entre los partidarios del rey y los patriotas, con el fin de humanizar la guerra y lograr acuerdos como pueblos civilizados. Dichos encuentros se iniciaron en la ciudad de San Cristóbal, Venezuela. Para tal fin las partes involucradas nombraron sus comisionados. Por los republicanos El Libertador, designó al general de briga­da de 25 años de edad, Antonio José de Sucre, al coronel Pedro Briceño Méndez y al teniente coronel José Gabriel Pérez. Por los realistas seleccionaron al general Ramón Correa, a Juan Rodríguez del Toro y a Francisco Linares. Al cabo de arduas deliberaciones, se establecieron tanto el Tratado de Armisticio, como el Tratado de Regularización de la Guerra.
El rol que jugó Sucre es reseñado por los historiadores y se resume en sus esfuerzo por humanizar la beligerancia, evitar en lo posible involucrar en los conflictos armados a la población civil no combatiente o desarmada, facilitar el intercambio de prisioneros, atención y asistencia de los primeros auxilios a los heridos en batalla, no considerarlos como prisioneros de guerra y rendirle honores a los fallecidos.
Tras el triunfo el 24 de mayo de 1822 en la batalla de Pichincha, dio ejemplo de magnanimidad otorgando en el Fuerte Panecillo una honrosa capitulación, donde hizo célebre la frase… “Gloria la vencedor, honor al vencido…”
El 15 de junio de 1822, El Libertador Simón Bolívar asciende a Sucre a General de División y lo nombra Intendente del Departa­mento de Quito. En su condición de gobernante del Ecuador, creó la Corte de Justicia en Cuenca, en Quito fundó el primer medio de comunicación de la época, el periódico El Monitor, instala la Sociedad Económica y se preocupó sobremane­ra por la educación. Entre sus logros notables elaboró la primera ordenanza municipal sobre Aseo Urbano, el 19 de agosto de 1822 en Quito.
Tras el triunfo en Ayacucho, Sucre le envía una carta a Bolívar el 10 de diciembre de ese año, donde da cuenta de la exitosa acción militar y el tratado de capitulación firmado con el jefe español Virrey José La Serna. Le expresó… “El Tratado que tengo la honra de elevar a manos de V.E… es la garantía de la paz de esta República y el más brillante resultado de la victoria de Ayacucho…. El ejército unido siente una inmensa satisfacción al presentar a V.E. el territorio completo del Perú sometido a la autoridad de V.E. antes de cinco meses de campaña. Todo el ejército real, todas las provincias que éste ocupaba en la República, sus plazas, sus parques, almacenes y quince generales españoles son los trofeos que el ejército unido ofre­ce a V.E. como gajes que corresponden al ilustre salvador del Perú, que desde Junín señaló al ejército los campos de Ayacucho para completar las glorias de las armas libertadoras. Dios guarde a V.E. – Antonio José de Sucre
Muchos escritores masónicos tienden a identificar con la francmasonería a todo civil o militar que haya realizado una acción destacada en beneficio de la evolución de la humanidad. Realmente a la Orden masónica no le hace falta engrosar sus filas con personajes que realmente no lo han sido, aunque seas masones sin mandil, porque la lista de afiliados de valor es interminable. Con respecto a Sucre ocurre algo parecido. Si bien la obra de ¿Quién es Quién? en la Masonería Venezolana, de los masones Francisco Castillo y Hello Castellón, ubican a Sucre en una logia en Cumaná en el año 1811. Para ese año nuestro personaje contaba con 16 años de edad, lo que aparentemente no le permitiría ingresar en la Masonería.
Lo cierto es que Sucre tuvo muchas oportunidades de ingresar a la Orden masónica. En 1816 se encuentra en Haití junto con Simón Bolívar, nación donde la francmasonería no era perseguida. No acompaña al Libertador en la primera Expedición de Los Cayos, sino se dirige a Trinidad para luego pasar al Oriente venezolano donde el General Santiago Mariño libraba armas a favor de la  República.  Es designado Jefe del Estado Mayor del ejército de Mariño y comandante del batallón Colombia, donde toma parte en la Campaña de Oriente y fue ascendido a coronel. Es de larga data la historia masónica de Santiago Mariño ocupando todos los altos cargos en la francmasonería venezolana.
En 1817 es responsable militar de Guayana y el Bajo Orinoco, a las órdenes de Bolívar. En Guayana es longeva la masonería. En 1819, ya General de Brigada, se encuentra con Bolívar en Achaguas, en los Llanos de Apure, trasladándose hasta Angostura para organizar la movilización de la Legión Británica navegando por los ríos Orinoco y Apure, hasta San Fernando de Apure.
Dos datos. En Apure vivió años después el Padre de la Patria dominicana, el francmasón Juan Pablo Duarte. Segundo, hay testimonio sobre la Legión Británica que combatió en Venezuela, la cual tenía una logia masónica y que inicio a varios militares criollos, héroes de la Independencia.
La masonería como filosofía lo que exige es que la persona debe ser libre y de buenas costumbres, creer en un Ser Supremo y en la inmortalidad del alma. A partir de allí, comienza a construir su templo interior, sobre la base de lo señalado en el Evangelio de Lucas: “…no se podrá decir “aquí está o allí está”, porque, en verdad, el reino de Dios está dentro de vosotros” (17,21). La anterior predica la sustenta San Agustín:  noli foras ire; in te redi, in interiore homine habitat verita: “No vayas fuera; en ti, en el interior del hombre habita la verdad”. Visto así, no tenia que ingresar formalmente a la Orden masónica para actuar y ser un masón sin mandil.
El “inmaculado”, fue el adjetivo con el que denominó el Libertador Simón Bolívar a Antonio José de Sucre. Era la esperanza de redirigir unas provincias que habían sido libertadas del yugo realista, pero habían caído bajo el imperio de los egos desbocados, la anarquía, el fanatismo, la superstición: encumbrándose en cada región unos caudillos que actuaban como poderosos tiranuelos.
En junio de 1830 se dirige de Bogotá hacia Quito. El día 4, viernes, le tienden una emboscada en el callejón de la Jacoba, ubicado en las montañas de Berruecos, en Pasto.   
“¡Santo Dios! ¡Se ha derramado la sangre de Abel!… La bala cruel que le hirió el corazón, mató a Colombia y me quitó la vida”, dijo Bolívar sobre aquel héroe que cayó en el mismo suelo por el que luchó.
Sucre dejó un inmenso legado de respeto al vencido, base del Derecho Humanitario, identificado con la Masonería, dueño y señor de un espacio en el sublime templo celestial.

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