El Derecho Humanitario y la Masonería tienen
una base en común: el respeto de la dignidad del ser humano. La obra
existencial de Antonio José de Sucre es expresión de ambas prácticas.
El 3 de febrero se cumplen 223 años del
nacimiento en la entonces pequeña ciudad de Cumaná, en el Oriente venezolano, de
Antonio José de Sucre y Alcalá, quien se encumbró en la gloria tras los
triunfos como Jefe del Ejercito, primero, en la Batalla del Pichincha, la que
ocurrió el 24 de mayo de 1822, en las faldas del volcán Pichincha, a más de
3000 metros sobre el nivel del mar, cerca de la ciudad de Quito, con la cual se
selló la independencia de la actual República del Ecuador; también en la Batalla de Ayacucho, la que fue el
último gran enfrentamiento dentro de las campañas de las Guerras de
Independencia Hispanoamericana. Esta acción se desarrolló en la Pampa de la
Quinua en el departamento de Ayacucho, Perú, el 9 de diciembre de 1824. La
victoria significó la desaparición del último virreinato que seguía en pie, el
del Perú, y puso fin al dominio colonial realista español en Sudamérica.
Sucre se destacó no solamente por su pericia
militar demostrada en ambos encuentros, sino por el trato humanitario que le
prestó a los vencidos, al punto que El
Libertador, en febrero de 1825, escribió una biografía del héroe de Ayacucho
titulada “Resumen sucinto de la vida del General Sucre” (Reimpresa.
Ediciones de la Presidencia de la República de Venezuela, 1972). En la misma
expresó… “Este tratado es digno del alma
de Sucre, el será eterno como el más grande monumento de la piedad aplicado a
la guerra”.
Sucre fue un adelantado con
respecto al Derecho Humanitario. El mundo civilizado tuvo que esperar cuatro
décadas para la creación del Comité Internacional de la Cruz Roja y más de un
siglo para los Convenios de Ginebra, que regulan el Derecho Internacional
Humanitario. Ya Sucre había adelantado en la práctica esas ideas benefactoras.
Sucre ya había exhibido
dotes bienhechoras en 1820, en la oportunidad del inicio de las conversaciones
diplomáticas entre los partidarios del rey y los patriotas, con el fin de
humanizar la guerra y lograr acuerdos como pueblos civilizados. Dichos
encuentros se iniciaron en la ciudad de San Cristóbal, Venezuela. Para tal fin
las partes involucradas nombraron sus comisionados. Por los republicanos El
Libertador, designó al general de brigada de 25 años de edad, Antonio José de
Sucre, al coronel Pedro Briceño Méndez y al teniente coronel José Gabriel
Pérez. Por los realistas seleccionaron al general Ramón Correa, a Juan
Rodríguez del Toro y a Francisco Linares. Al cabo de arduas deliberaciones, se
establecieron tanto el Tratado de Armisticio, como el Tratado de Regularización
de la Guerra.
El rol que jugó Sucre es
reseñado por los historiadores y se resume en sus esfuerzo por humanizar la
beligerancia, evitar en lo posible involucrar en los conflictos armados a la
población civil no combatiente o desarmada, facilitar el intercambio de
prisioneros, atención y asistencia de los primeros auxilios a los heridos en batalla,
no considerarlos como prisioneros de guerra y rendirle honores a los
fallecidos.
Tras el triunfo el 24 de mayo de 1822 en la
batalla de Pichincha, dio ejemplo de magnanimidad otorgando en el Fuerte
Panecillo una honrosa capitulación, donde hizo célebre la frase… “Gloria la vencedor, honor al vencido…”
El 15 de junio de 1822, El
Libertador Simón Bolívar asciende a Sucre a General de División y lo nombra
Intendente del Departamento de Quito. En su condición de gobernante del
Ecuador, creó la Corte de Justicia en Cuenca, en Quito fundó el primer medio de
comunicación de la época, el periódico El Monitor, instala la Sociedad
Económica y se preocupó sobremanera por la educación. Entre sus logros
notables elaboró la primera ordenanza municipal sobre Aseo Urbano, el 19 de
agosto de 1822 en Quito.
Tras el triunfo en Ayacucho,
Sucre le envía una carta a Bolívar el 10 de diciembre de ese año, donde da
cuenta de la exitosa acción militar y el tratado de capitulación firmado con el
jefe español Virrey José La Serna. Le expresó… “El Tratado que tengo la honra de elevar a manos de V.E… es la garantía de la paz de esta República y
el más brillante resultado de la victoria de Ayacucho…. El ejército unido
siente una inmensa satisfacción al presentar a V.E. el territorio completo del
Perú sometido a la autoridad de V.E. antes de cinco meses de campaña. Todo el
ejército real, todas las provincias que éste ocupaba en la República, sus
plazas, sus parques, almacenes y quince generales españoles son los trofeos que
el ejército unido ofrece a V.E. como gajes que corresponden al ilustre
salvador del Perú, que desde Junín señaló al ejército los campos de Ayacucho
para completar las glorias de las armas libertadoras. Dios guarde a V.E. –
Antonio José de Sucre”
Muchos escritores masónicos
tienden a identificar con la francmasonería a todo civil o militar que haya
realizado una acción destacada en beneficio de la evolución de la humanidad.
Realmente a la Orden masónica no le hace falta engrosar sus filas con
personajes que realmente no lo han sido, aunque seas masones sin mandil, porque
la lista de afiliados de valor es interminable. Con respecto a Sucre ocurre
algo parecido. Si bien la obra de ¿Quién es Quién? en la Masonería Venezolana, de los masones Francisco Castillo y Hello Castellón, ubican a
Sucre en una logia en Cumaná en el año 1811. Para ese año nuestro personaje
contaba con 16 años de edad, lo que aparentemente no le permitiría ingresar en
la Masonería.
Lo
cierto es que Sucre tuvo muchas oportunidades de ingresar a la Orden masónica. En
1816 se encuentra en Haití junto con Simón Bolívar, nación donde la
francmasonería no era perseguida. No acompaña al Libertador en la primera
Expedición de Los Cayos, sino se dirige a Trinidad para luego pasar al Oriente
venezolano donde el General Santiago Mariño libraba armas a favor de la República. Es designado Jefe del Estado Mayor del ejército
de Mariño y comandante del batallón Colombia, donde toma parte en la Campaña de
Oriente y fue ascendido a coronel. Es de larga data la historia masónica de
Santiago Mariño ocupando todos los altos cargos en la francmasonería
venezolana.
En 1817
es responsable militar de Guayana y el Bajo Orinoco, a las órdenes de Bolívar.
En Guayana es longeva la masonería. En 1819, ya General de Brigada, se encuentra
con Bolívar en Achaguas, en los Llanos de Apure, trasladándose hasta Angostura
para organizar la movilización de la Legión Británica navegando por los ríos
Orinoco y Apure, hasta San Fernando de Apure.
Dos
datos. En Apure vivió años después el Padre de la Patria dominicana, el
francmasón Juan Pablo Duarte. Segundo, hay testimonio sobre la Legión Británica
que combatió en Venezuela, la cual tenía una logia masónica y que inicio a
varios militares criollos, héroes de la Independencia.
La masonería como filosofía lo que exige es que la
persona debe ser libre y de buenas costumbres, creer en un Ser Supremo y en la
inmortalidad del alma. A partir de allí, comienza a construir su templo
interior, sobre la base de lo señalado en el Evangelio de Lucas: “…no se podrá decir “aquí está o allí está”,
porque, en verdad, el reino de Dios está dentro de vosotros” (17,21). La
anterior predica la sustenta San Agustín:
noli foras ire; in te redi, in interiore homine
habitat verita: “No vayas fuera; en ti, en el interior del
hombre habita la verdad”. Visto así, no tenia que ingresar formalmente a la
Orden masónica para actuar y ser un masón sin mandil.
El “inmaculado”,
fue el adjetivo con el que denominó el Libertador Simón Bolívar a Antonio José
de Sucre. Era la esperanza de redirigir unas provincias que habían sido
libertadas del yugo realista, pero habían caído bajo el imperio de los egos
desbocados, la anarquía, el fanatismo, la superstición: encumbrándose en cada
región unos caudillos que actuaban como poderosos tiranuelos.
En junio de 1830 se dirige de Bogotá hacia
Quito. El día 4, viernes, le tienden una emboscada en el callejón de la Jacoba,
ubicado en las montañas de Berruecos, en Pasto.
“¡Santo
Dios! ¡Se ha derramado la sangre de Abel!… La bala cruel que le hirió el
corazón, mató a Colombia y me quitó la vida”, dijo Bolívar sobre aquel héroe
que cayó en el mismo suelo por el que luchó.
Sucre dejó un inmenso legado de respeto al
vencido, base del Derecho Humanitario, identificado con la Masonería, dueño y
señor de un espacio en el sublime templo celestial.
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