San Juan es una figura que tenemos siempre
presente en la Masonería, la cual es de gran importancia por su simbolismo,
tradición y por el legado histórico.
Durante el Helenismo, se produce un
sincretismo en que el cristianismo utilizó fechas importantes celebradas por
los cultos paganos con el fin de introducir su doctrina. Allí, utiliza la
práctica de adoración al sol como fuente de generación y regeneración de vida, para
identificar a San Juan Bautista con el solsticio de verano y a San Juan
Evangelista con el solsticio de invierno.
San Juan Evangelista, coincide con el signo
de Capricornio en el solsticio de invierno y se le llamaba "puerta de los
dioses", estando signado por la tristeza y la desesperanza, por el
alejamiento del dios sol que parecía que la naturaleza era abandonada por la divinidad, por lo que habría
de morir.
La festividad de San Juan Bautista bajo el
signo de Cáncer, que es coincidente con el solsticio de verano, se celebraba
bajo un carácter distinto: se la llamaba "la puerta de los hombres" y
significaba el apogeo del Sol, el momento en que los días son más largos y la
naturaleza ha llegado a su límite de verdor y frondosidad.
Ambas fiestas, aunque parecen contrapuestas,
se complementaban y como tal, simbolizan que tras la tristeza que se manifiesta
ante la retirada del Sol, llega el momento en que se revierte la tendencia. La conmemoración
fue llamada en el mundo romano "Dies
natalis solis invictus", el día del nacimiento del sol invencible. De
allí que el cristianismo asume el día 25 de diciembre como el del nacimiento
del Maestro Jesús, como el regenerador de la humanidad tras derrotar a la
muerte representada por el alejamiento del Sol que se dibuja en la elíptica del
movimiento de traslación del planeta Tierra alrededor del astro rey.
Bien lo anuncia San Juan Evangelista: "Es preciso que El crezca y yo mengüe",
lo cual, entre otros simbolismos, evoca perfectamente el ciclo anual. Y es que,
en el fondo las dos mitades del círculo no hacen sino recordar las dos fases
que concurren en un mismo ciclo: la ascendente y la descendente.
Masónicamente graficamos este ciclo mediante
un círculo rodeado de dos rectas paralelas tangentes y verticales, que contiene
un punto en su centro. El círculo corresponde al ciclo anual, identificado con
el recorrido del Sol –punto situado en el centro del círculo-; el hecho de que las dos columnas sean
paralelas indican simetría y que sean tangentes nos dice que estarán situadas
en los puntos límite del ciclo, los dos solsticios opuestos.
El círculo, en la medida que avanzamos en
nuestros estudios masónicos, le vamos encontrando nuevos y más profundo
significado. Filosóficamente, el punto simboliza el inicio, lo que
numéricamente identificamos con el numero UNO, es la emanación primaria desde
la cual parte la Creación y donde todo
es sutil e indiferenciado. De allí se va generando un proceso jerárquico, de
descenso o degradación ontológica, proveniente del Ser Supremo. Este devenir,
visto simbólicamente, nos es útil para explicar la producción de la realidad
inferior como una especie de irradiación a partir de la superabundancia de la
superior, que es el G∴A∴D∴U∴, lo UNO, la realidad subsistente y
originaria, sin que ésta pierda su unidad ni se contamine con lo inferior a lo
largo del mismo.
En este proceso de creación, que en el grado
de Aprendiz estudiamos los tres primeros números y en grados sucesivos,
llegamos hasta el DIEZ, se enmarcan en las dos columnas que se colocan
tangentes y verticales representando a los solsticios, que a su vez se
identifican con los dos San Juan. Este símbolo interpreta toda la Creación,
desde el punto inicial, representado su origen en el UNO, hasta la línea que
distingue el círculo que constituye el Universo y las líneas o columnas
tangenciales. Allí se visualiza el proceso cíclico necesario e imprescindible
para que la materialización de la emanación, sea percibida por los seres
humanos como realidad múltiple, diferenciada, material perceptible por los sentidos.
En el ritual del Grado de Aprendiz lo
recreamos en cada Tenida en el parlamento del porqué los vigilantes y el
Venerable Maestro se ubican en el Occidente, el Sur y el Oriente. El Occidente
es la realidad diferenciada, múltiple, material, donde el bien y el mal
coexisten, el final de la creación donde reinan las tinieblas de la opinión
sobre la ciencia y la virtud. Allí se instala la Logia de San Juan como energía
regeneradora de la Masonería en su labor de edificar en este plano material la
Gran Obra, signada por la belleza de la virtud, porque la idea de BIEN, de VIRTUD,
es consustancial con la de BELLEZA, ya que la Gran Obra jamás puede ser
grotesca.
Nuestro transito existencial debe tener por
objetivo ir hacia el punto inicial, en búsqueda de la SABIDURIA simbolizada en
el Trono del rey Salomón y que en la Logia lo ocupa alegóricamente el Venerable
Maestro y allí, en el Oriente, se encuentra el Sol, símbolo del punto inicial y
de la fuerza motora de la Creación. Por ello el Aprendiz pasa de la Columna
Norte, donde los rayos del Sol son esquivos, hacia la del sur, donde brilla el
Sol del conocimiento y luego, en la medida de su trabajo en su templo interior,
que se proyecta en la sociedad, busca la exaltación en el grado de Maestro que
lo coloca definitivamente en la senda de encontrar la verdadera Luz, aquella
filosófica que le muestra su maestro interior y lo conduce por la plomada, la vertical,
con la escuadra y el compas, en busca de los grados superiores de crecimiento
espiritual.
Para ello los masones tenemos muchos maestros
como referencia. Uno de ellos es San Juan el Limosnero, hijo del rey de Chipre, nacido en esa isla en
el siglo VI y quien abandono los goces del poder para emigrar a Jerusalén, ayudar
a los peregrinos, fundar un hospital y
organizar una fraternidad con el objeto de auxiliar a los cristianos, por lo
que en la tradición se le ha designado como protector de la Orden Masónica de
los Templarios.
En conclusión, las fechas solsticiales nos
muestran los ciclos de la existencia y así como San Juan Bautista descubre el
inicio de la obra terrenal del Maestro Jesús, en aquel momento simbólico del
cruce del rio Jordán, recordemos la prueba del agua en nuestra iniciación; San
Juan Evangelista cierra el ciclo de la obra del Maestro burilando su grandioso planteamiento
filosófico, el cual es referencia obligada en los estudios de la Filosofía
Perenne. San Juan el Limosnero nos muestra un ser humano excepcional, dedicado
a construir su templo interior, proyectando su accionar en la sociedad como
obrero de paz, en función de la Gran Obra.
Esta simbología debemos tenerla presente en
el proceso de conocimiento de sí y de tallar la piedra en bruto, fundamental en
la construcción de nuestro templo interior de virtudes, camino por el que debe transitar
todo masón y coadyuvar con su accionar, a fortalecer la inmensa cadena fraternal
que encarna la Gran Orden Masónica Universal.
Ap:. 15 junio / 2018
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