Nos dice Aldo Lavagnini, en su Manual del Aprendiz Mason, que al ingresar al Taller “a tres pasos de la puerta, que se encuentra
al Occidente, están situadas las dos columnas B.·. y J.·., emblema de los dos principios y de los
pares de opuestos que dominan el mundo visible. La actividad combinada de estos
dos principios aparece manifiestamente en el pavimento de mosaico en cuadros
blancos y negros, que se extiende desde la base de las columnas hacia el
Oriente…”(1)
En el Taller abordamos el complejo tema de la situación
del ser humano con respecto al conocimiento y para ello nos auxiliamos con el
Mito de la Caverna de Platón: el mundo sensible, que es percibido a través de
los sentidos y el mundo inteligible, el cual sólo podemos lograr mediante el
uso exclusivo de la razón. Esa dualidad, como el pavimento de mosaico, ratifica
el principio de los pares opuestos, indicándonos, entre otras enseñanzas, que
al estar nosotros en sociedad tenemos la tentación de quedar atrapados en el
conocimiento profano, diverso, de la multiplicidad, propio del mundo sensible,
si no profundizamos en el conocimiento que la Ciencia Masónica nos ofrece, al
nivel de nuestro grado.
Desde la Iniciación nos instruimos en el principio de la
polaridad: todo tiene su par opuesto como nos enseña el Kybalion (2), de la dualidad inherente a las acciones
y reacciones de las energías bipolares que determinan toda manifestación, lo
cual es ley regente del Universo; que dicho aprendizaje se logra mediante el
trabajo simbólico, siendo muestra de ello la bebida dulce y amarga, el
pavimento mosaico, entre otras pruebas y ritos, teniendo siempre presente que
como Ap:. soy al mismo tiempo obrero y materia prima. Soy la piedra bruta
emblemática en estado imperfecto de desarrollo y en la medida que sepa
interpretar las baldosas blancas y negras del mundo profano, de acuerdo a los
dictados de la Luz del G.: A.: D.: U.: podré avanzar en mi mismo, trabajando en
el interior de mi conciencia, en función de conciliar esas mismas energías, lo
que procura el nacimiento de una nueva realidad espiritual que se traduce en
perfección interior. Esa Luz llega tenuemente en la Columna Norte, donde en nuestra
condición de Ap.: nos situamos; he allí otra enseñanza, ya que salir de la
obscuridad y encontrarse de un pronto con el brillo de la sabiduría, sólo
genera ceguera y devolvería al Iniciado al mundo profano, lleno de dudas e
incomprensión. Por ello es que la educación masónica contempla el grado de
aprendiz como quien enseña a un joven, que en este caso también incluye la
infancia. De allí que se tiene tres años de edad, porque, simbólicamente,
requiere de ir avanzando con acompañamiento y, en la medida en que el Ap:.
progresa, siente la tentación de cabalgar sobre la simpleza para satisfacer
deseos inmoderados, lo que puede devenir en pasiones que, lejos de construir el
templo interior, lo sumerge en una lúgubre existencia dedicada, aún
inconscientemente, al reino de la oscuridad. Por ello la importancia del
acompañamiento, la guía de los QQ.: HH.: VVig.:, V.: M.: y de los QQ.: HH.: en
general.
La enseñanza masónica nos instruye que debemos caminar
entre las fuerzas polarizadas de lo sutil y lo mundano. Que estar al orden, ese
mandato a que nos llama el V.:M.: en el Taller, significa, entre otras cosas,
el estado de alerta permanente que interiorizamos para actuar en la vida, de
acuerdo a los valores que practicamos como parte de nuestro ser, en la Log.: de
San Juan. Que desechamos las supersticiones, las que facilitan hacernos de
ideas con falsas interpretaciones, que al final nos atormentan como a cualquier
profano; repudiamos el fanatismo, que satisface un sentimiento, pero que
engendra odio y malicia contaminando el alma; sepultamos el exhibicionismo y la
ostentación, que distingue la conducta orgullosa, cuyo único logro es ubicar al
individuo en un fatídico camino hacia la oscuridad; contrario al de la Luz, de
la Sabiduría, que es la senda correcta, la del G.: A.: D.: U.:
La vida, con sus vicisitudes, es un libro enigmático:
puede admitir varias interpretaciones de acuerdo a la formación de quien lo lea
y, por supuesto, del nivel de conciencia que haya alcanzado, conciencia que
entendemos según su significado del Diccionario de la Real Academia Española,
como “propiedad del espíritu humano de
reconocerse en sus atributos esenciales y en todas las modificaciones que en sí
mismo experimenta” (3). El pavimento de mosaico nos recuerda
permanentemente las páginas variopinta de la vida, pero que sobre él se
encuentra el Ara y las Tres Luces de la Masonería, que es el lugar donde, que con
nuestro juramento, cambió totalmente nuestra vida ya que ahora leemos en un
libro donde las paradojas no son tales, porque la educación masónica, con sus
emblemas, alegorías y símbolos, te preparan para desbastar la piedra grosera
que somos, jamás permitir que las pasiones sepulten la energía del constructor,
edificar mi templo interior, y hacerme digno de ocupar el lugar que me destine
el G.: A.: D.: U.:
Para finalizar, debemos tener presente que la dualidad
que hemos venido señalando es aplicable a la realidad relativa del mundo
profano, fuera del Templo. Los mosaicos tienen un punto de encuentro en la
tenue línea que los separa o los une, que es la misma que separa o une lo
manifestado con lo in-manifestado, el juicio de la caverna con el de la Luz y, de
nosotros depende, transitar el camino hacia el inicio, que allí se encuentra el
punto, el Uno, el verdadero conocimiento, el del G.: A.: D.: U.:
Ap:. 16 julio, 2018
Bibliografía
y notas:
1)
Lavagnini,
Aldo. Manual del Aprendiz Mason.
Editorial Kier. 8va edición 1992 Buenos Aires, Argentina. Pag 126
2)
El Kybalion
3)
DRAE.
Vigesima segunda edición.Tomo I RAE 2001 pág. 613
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