“Nadie entre aquí si no conoce Geometría”
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domingo, 23 de abril de 2017

Renacimiento y platonismo



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El platonismo y el aristotelismo se encuentran a lo largo de la escolástica, pero en el Renacimiento se busca en sus fuentes históricas, intentando conseguir su autenticidad, como medios de renovación del hombre.
En el Renacimiento se pone de bulto el antagonismo de estas dos corrientes filosóficas. Los seguidores de Platón buscan en el ateniense la síntesis del pensamiento religioso de la antigüedad, fundamental para encontrar el camino de renacer religioso. Los aristotélicos, buscan es el renacer de la actividad especulativa y particularmente de la filosofía natural, encontrándose con la genuina ciencia de Aristóteles, ven allí la condición del renacer de una reflexión natural libre.

De su lado, el humanismo renacentista es más un movimiento espiritual que filosófico. La vuelta a los clásicos griegos en Italia, es impulsada por la emigración de sabios griegos fugitivos de Constantinopla tras su ocupación por los turcos en 1553. En Florencia, en la corte de Cosme de Medici, se forma un circulo de intelectuales y mecenas que quieren reinstalar la vieja Academia platónica, la que se dedica al estudio de Platón y Plotino, tratando de llegar a las fuentes primigenias.
Previo a ellos, es importante burilar aspectos del último gran filosofo de la Iglesia Católica antes del Concilio de Trento: Nicolás de Cusa (1401-1464)
Nicolás de Cusa
Nicolás Chrypffs o Krebs (1401-1464) natural de Cusa, Tréveris, Alemania, es considerado un precursor de la filosofía moderna a pesar de su formación escolástica y neoplatónica. Establece la teoría de Dios como ser máximo, situado por encima de los opuestos, como concibe las cosas de la naturaleza el entendimiento humano, por ser limitado; al mismo tiempo, en Dios coinciden todos los opuestos. Dios es lo infinito, mientras el hombre y el mundo es lo finito. Dios es el punto de encuentro entre lo finito y lo infinito; es un Dios redentor, unidad de los contrarios.
Para Cusa el conocimiento tiene tres etapas: el sensus o de los sentidos; la ratio, el entendimiento; y el intellectus o razón. En los sentidos sólo es posible apreciar imágenes, o sea, no hay forma de encontrar la verdad; en la segunda se puede entender las imágenes, pero de forma abstracta y fragmentaria, por lo que tampoco puede alcanzar la verdad; en la razón si puede alcanzar el conocimiento, la verdad de Dios, pero para ello requiere de la ayuda de la gracia sobrenatural. Este tercer tramo es donde se logra la docta ignorancia, que consiste en entender que el infinito, Dios, es impenetrable, es decir, se trata de tener el conocimiento pleno de nuestra ignorancia respecto a lo divino.
La doctrina de la docta ignorancia implica que el hombre debe tener en cuenta los límites de su propia subjetividad para intentar el conocimiento de Dios; pero eso no es óbice para que dentro de los precitados limites, el hombre pueda conseguir un conocimiento de Dios, el cual está garantizada su validez por la íntima relación que perdura entre el hombre y Dios. La subjetividad humana prefigura el rostro de Dios: si lo ve con amor, sentirá que Dios lo ve amorosamente, si lo observa con ira, sentirá que le ve airado. Dios solamente se puede revelar a través de la subjetividad del hombre, y en nada esta subjetividad es impedimento para la búsqueda de la divinidad. “La  naturaleza intelectual del hombre, dice Cusa, es capaz de Dios porque es potencialmente infinita: puede de hecho entender siempre algo más”.  Aquí pone de bulto una inferencia de gran importancia ya que no es la inteligencia la que crea el valor, pero sin la inteligencia no habría manera de valorarlo, por lo tanto, todas las cosas creadas carecerían de valor. De esta manera Dios creó la inteligencia humana para que pueda apreciar el valor de su obra; por ello el hombre no tiene necesidad de romper los límites de su subjetividad para elevarse a Dios.
El hombre tiende a preguntarse como obtiene a Dios si Este se encuentra en todas partes: Cusa pone en boca de Dios la respuesta: Sé tuyo y yo seré tuyo. Solamente si el hombre se pertenece a sí mismo, Dios será suyo. De allí que el reconocimiento de la absoluta trascendencia de Dios, es el llamamiento divino al hombre para que decida, libremente, a ser de sí mismo, reconocerse en su propia limitación, aceptarla y realizarla hasta el final. Sólo no negándose a sí mismo, aceptando libremente lo que es, el hombre se sitúa en la autentica relación con Dios, y Dios es suyo como él es de sí mismo. La docta ignorancia reconoce que el misterio de la encarnación es la expresión de la unión que liga la naturaleza finita del hombre, precisamente en cuanto finita, a la naturaleza infinita de Dios; demostrando el valor de la subjetividad humana basada en los limites reconocidos y aceptados por la docta ignorancia.
La cosmología de Cusa
Para Abbagnano la cosmología de Nicolás de Cusa preludia la nueva ciencia de Kepler, Copérnico y Galileo. Para Cusa, el limite propio de la realidad del valor del mundo le lleva a negar que la parte celeste posea una perfección absoluta y, por ende, sea ingenerable e incorruptible. Para Aristóteles, al igual que para muchos filósofos durante la Edad Media, existe una separación entre la sustancia celeste o éter, dotada de movimiento circular perfecto, y la sustancia elemental de los cuerpos sublunares, sujetos al nacimiento y a la muerte. Para Cusa, todas las partes del mundo tienen el mismo valor y todas se aproximan, más o menos, a la perfección; pero ninguna puede alcanzarla ya que la perfección es exclusiva de Dios.
El mundo no tiene un centro y unas circunferencias, como dice Aristóteles, ya que de ser así, tuviera principio y fin en el, por lo que habría otro espacio y otra realidad fuera del mundo. Dios es el único centro y circunferencia del mundo, pero es un centro y circunferencia no corpóreo, sino ideales, ya que todo el mundo está en Él y que Él está en todo el mundo. Cusa nos dice sobre la estructura del mundo: “tiene el centro por doquier y la circunferencia en ningún lugar, puesto que circunferencia y centro son Dios, que está en todas partes y en ningún lugar”. Así que el universo no se pude considerar infinito, porque sólo Dios es infinito, pero tampoco es finito, pues carece de límites espaciales que lo encierren.  
De lo anterior se desprende que la Tierra no se encuentra en el centro del mundo, por ello no está privada de movimiento. Considera que no es esférica, ya que la esfericidad perfecta no puede alcanzarse por las cosas creadas, porque no puede lograr el máximo absoluto. Lo mismo piensa del movimiento: no es circular perfecto. Considera que en la Tierra se verifica generación y corrupción como en otros astros y, posiblemente, estos también estén habitados por seres inteligentes de una especie diferente a la nuestra. El Sol es parecido a la Tierra. Bajo su luz, existiría una tierra central rodeada de una zona acuosa, luego por aire y, en la superficie, una zona ígnea; estas cuatro esferas sucesivas se comportarían como los cuatro elementos terrestres. Así que, para Cusa, si un hombre viese a la Tierra desde el espacio, la vería resplandeciente como el Sol. En el caso de la Luna, no la vemos como al Sol, debido a su cercanía por lo que estamos casi en su zona acuosa.   
Los movimientos de la Tierra tienen por objeto garantizar el orden y la unidad del todo; por ello, los cuerpos pesados tienden a la tierra, los cuerpos ligeros hacia lo alto, la tierra a la tierra, el agua al agua, el aire al aire, el fuego al fuego; el movimiento de todo tiende a ser, en lo posible, circular y las figuras esféricas.
En Cusa se renueva la concepción del mundo, se vislumbra el principio de la gravedad, admite la ley de la inercia, fundamento de la mecánica moderna. La mecánica de Leonardo da Vinci tiene su inspiración en Nicolás de Cusa.   
La Academia Platónica
Cosme de Médicis promueve la creación de este centro de estudios que busca renovar al hombre, la religión y la vida social, volviendo al platonismo antiguo. No es una idea exclusiva de estos nuevos académicos. Ya Jorge Gemisto Pletón había avanzado en la propuesta. Jorge Gemisto es natural de Constantinopla (1355-1450) y llega a Italia a participa en el concilio de Florencia, donde se discute la unificación de las iglesias griega y latina. Partidario de la unificación, plantea que sea sobre la base del platonismo, filosofía que, según Jorge Gemisto, podía devolverle la paz al mundo. Aunque habla del platonismo, su filosofía se basa más en el neoplatonismo y neopitagorismo de la filosofía helenística, por lo que se encuentran elementos orientales en su formulación. Es autor de unos comentarios a una popular obra intitulada Oráculos caldeos que atribuye a Zoroastro, pero que se considera más bien una mezcla de tesis pertenecientes al neoplatonismo siriaco.
Para los académicos, dirigidos por Marsilio Ficino y Cristóbal Landino, Platón es la última y más perfecta manifestación de la teología iniciada Hermes Trismegisto y continuada por Orfeo y Pitágoras. El encuentro de esta teología con el cristianismo se explica reconociendo una fuente común de las doctrinas de Platón y Moisés, origen que se encuentra en las enseñanzas de Hermes Trismegisto, la cual es el foco de toda la teología posterior.  
Visto así, la vuelta al platonismo no es un retorno al paganismo, sino una renovación del cristianismo sobre la base de reconocer en el platonismo-trismegismo su fuente originaria.
La Academia no solamente hace planteamientos especulativos, sino políticos: arremete contra la supremacía del Papado, publicitando un retorno a las ideas imperiales de Roma.
Marsilio Ficino
Ficino (1433-1499) es un hombre del siglo XV. Llega al convencimiento de la importancia de la unidad de la filosofía y la religión, tras sufrir una grave enfermedad en 1474, de la cual se cura, tras haber hecho votos a María. Autor de varias obras, traduce al latín los diálogos de Platón, las Eneadas de Plotico y obras de escritores griegos como Atanágoras, Jámblico, Proclo, Porfirio, Pitágoras, entre otros.
Plantea que la decadencia de la religión la ha convertido en superstición ignorante; la decadencia de la filosofía la ha convertido en iniquidad y malicia. En su obra la Theologia platónica, plantea renovar la especulación cristiana, unificándola al platonismo, teniendo como centro el hombre. La teología medieval tiene por objeto Dios; la teología como la ve Ficino, tiene por objeto la renovación del hombre, que debe ser el único fin de la especulación religiosa o de la filosófica.
Para Ficino la redención es una renovación por la que el hombre y a través del hombre, reforma toda su naturaleza para restablecer en su verdadera forma y conducirla otra vez hacia Dios.
Para Ficino todo cuanto existe está comprendido en estos cinco grados: el cuerpo, la cualidad, el alma, el ángel y Dios. El alma está en el medio y por ende es la tercera esencia y como tal, es el nudo viviente de la realidad- Dios y el cuerpo son los extremos diferenciados del ser, El ángel está volcado hacia Dios, la cualidad está hacia el cuerpo; el alma alcanza los niveles superiores sin descuidar las inferiores; es inmóvil como aquéllas, móvil como éstas: el alma es la cúpula del mundo. Se inserta en las cosas mortales sin ser mortal, porque se inserta y se retrae integra, no dividida. Mientras rige a los cuerpos, se adhiere a lo divino, siendo señora de los cuerpos. Simultáneamente tiene en sí la imagen de las cosas divinas, de las que depende; y las razones de las cosas inferiores, las cuales en cierto modo ella misma produce. El alma es, para Ficino, el centro de la naturaleza, la intermediaria de todas las cosas, la cadena del mundo, el rostro de todo, el nudo, la cópula del mundo.  
El alma es indestructible. En defensa de ésta tesis, asume los argumentos de Platón y los neoplatónicos. El explicación central es que la naturaleza del alma participa en lo infinito. El alma es capaz de remontar el curso del tiempo hacia el pasado y extenderlo infinitamente hacia el futuro. El alma define la infinitud del tiempo y es la verdadera medida de dicha infinitud; así, en proporcionalidad a lo que mide, el alma misma debe ser infinita como medida del infinito. El hombre se diferencia de las demás criaturas por el sentido de infinitud que posee, lo cual se evidencia en su insaciabilidad que nunca se calma y nunca está contento con lo que posee. La otra gran diferencia que le distingue es la libertad.
Para Ficino existe un triple orden divino del mundo: la providencia, que es el orden que gobierna los espíritus; el hado, que es el orden que gobierna los seres animado; y la naturaleza, que gobierna los cuerpos. La libertad del hombre radica en que participa de los tres órdenes, pero no está determinado por uno solo de los tres.  No está sometido a ningún determinismo y participa activamente de los tres órdenes. Veamos: del divino, gobernando, tanto a sì mismo, a su casa, al estado, a los animales. Del hado, con la sensibilidad y la imaginación, gobierna el hado mismo. Participa de la naturaleza por lo que logra el dominio sobre los cuerpos. La verdadera decisión del hombre es la decisión de ser libre. Al decidir un acto, elige pertenecer a sí mismo más que servir a uno u otro; así pues, el acto verdaderamente libre es el que escoge la libertad.
  Del caos proceden los tres mundos creados por Dios: el de la mente angélica, el del alma y el de las cosas sensibles. Dios crea la sustancia o esencia de la mente angélica, y en ella se determinan y se forman las ideas que son los modelos de la creación. Mediante el proceso del amor las ideas van desde el caos hasta la determinación completa de las ideas arquetipos de la creación. Por amor se perfecciona la mente y por su ímpetu se busca e inicia el retorno a Dios. Por amor la creación es llevada del caos al cosmos, por ello la característica del cosmos es la belleza. El amor es la actividad mediadora ente el universo y Dios. El amor anula la indignidad de la naturaleza corpórea, que es rescatada por la solicitud de Dios: “Nos dice Ficino que tres son los beneficios del amor: devolviéndonos a la integridad, cuando estábamos divididos, nos vuelve a conducir al cielo; coloca a cada uno en su lugar y hace que en esta distribución todos estén contentos; suprime toda molestia y enciende en el alma una alegría continuamente nueva, haciéndola feliz con un blando y dulce gozo”. De tal manera que el amor es la vía del ascenso del hombre hacia Dios e, igualmente, el descenso de Dios hacia su creación.
Para los platónicos del Renacimiento, especialmente para Cusa y Ficino, el centro de la especulación es el hombre en su función mediadora y, por ende, el amor como justificación y acto de esta función. El hombre lo sitúan como elemento indispensable del orden y de la unidad dinámica del ser. El hombre es creación divina, así que el ser humano debe conocer sus límites y la trascendencia del ser con respecto a estos límites. Estos límites constituyen la originalidad de la naturaleza humana y el fundamento de su valor y libertad, según el platonismo de Cusa y Ficino.  
Juan Pico de la Mirandola
Natural de Mirandola, Italia (1463-1494), fue un hombre de vida apasionada, quien se ve envuelto en un escándalo por el rapto de una noble dama florentina. Igual es un investigador perseverante y un erudito de fuste. En su obra se elementos del platonismo, del aristotelismo, de la cábala, de la magia y de la escolástica medieval, árabe, judaica y latina.
Pico parte de la idea de la superioridad del hombre sobre las demás criaturas, tema recurrente del humanismo renacentista. El siguiente párrafo define muy bien su pensamiento humanista: “no te he dado, oh Adán, ni un lugar determinado, ni un aspecto propio ni una prerrogativa exclusiva tuya, pero aquel lugar, aquel aspecto, aquellas prerrogativas que tú desees, las obtendrás y conservarás según tus deseos y según tú lo entiendas. La naturaleza limitada de los demás está contenida en leyes prescritas por Mí. Tú te la determinarás sin ninguna barrea, según tu arbitrio, a cuya potestad la entrego. Te puse en medio del mundo para que desde allí pudieses darte mejor cuenta de todo lo que hay en él. No te he hecho celeste ni terreno, mortal ni inmortal, para que por ti mismo, como libre y soberano artífice, te formes y te esculpas en la forma que hayas escogido. Tú podrás degradarte en las cosas inferiores y tú podrás, según tu deseo, regenerarte en las cosas superiores, que son divinas”.  En la precitada indeterminación, radica la libertad del hombre para escoger que quiere ser: o degradarse entre los brutos o de regenerarse en Dios.
Para Pico el renacer del hombre tendrá lugar mediante la adquisición de grados de sabiduría, siendo la más alta, la teológica. Para alcanzar el camino ascendente de la sabiduría hay que transitar por el pensamiento de los antiguos, aprendiendo que en su filosofía moral se dominará el ímpetu de las pasiones; la filosofía natural llevará al hombre de un estadio a otro de la naturaleza; y, finalmente, la teología lo acercará a Dios. La filosofía mora y natural no te enseñara el camino de la paz, que es el fin último del hombre, sólo la teología te podrá mostrar la senda de la paz. Esta paz que se funde con amistad, la que Pico filosóficamente establece demostrando el acuerdo fundamental de los grandes pensadores de la antigüedad, desde los pitagóricos, pasando por Platón y Aristóteles, hasta los neoplatónicos, los escolástico, la cábala y la magia, entre otros. Para Pico sólo a través de la paz filosófica, tras la demostración del acuerdo fundamental entre las diversas expresiones señaladas, el hombre podrá regenerarse y renacer a su verdadera vida. Lo citado es expresión genuina del quinto camino. Esa paz, amistad, que para Pico es la felicidad verdadera, el sumo bien, se logra con la vuelta al principio. Aquì Pico plantea una gran disyuntiva: la vuelta al principio puede ser el retorno a sì mismo, con lo que el hombre conseguirá felicidad terrenal. Con la vuelta al principio supremo, a Dios, allí encontrará el hombre la paz definitiva.
En Pico se armoniza filosofía y teología. La filosofía natural se completa con la teología.
Cábala, magia, astrología en Pico de la Mirandola
Pico le da al relato bíblico de la creación un sentido alegórico: devela la formación de tres mundo ya señalados por los filósofos de la Antigüedad: el mundo inteligible o angélico; el mundo celeste y el mundo sublunar, a los que se une un cuarto: el hombre como microcosmos, en el cual confluye todo el resto de la realidad.
Para Pico en la magia se diferencian dos vertientes: una que opera por la autoridad de los demonios, que es infame y, la verdadera magia, que investiga la armonía del universo, aquello que los griegos llaman simpatía, y que reside en la mutua relación de las cosas naturales. El trabajo de estos magos es poner de manifiesto los milagros escondidos en los arcanos del mundo y los misterios de Dios; en lazando el mago la tierra con el cielo, o sea, las fuerzas inferiores con las facultades superiores. El mago no quebranta el orden natural, sino que adapta, canaliza, las energías que yacen diseminadas en la naturaleza.
Para Pico la cábala es útil para entender los misterios divinos. Es el mejor método para comprender las sagradas escrituras, develando sus alegorías y símbolos en su significado verdadero. Para Pico, las doctrinas fundamentales del cristianismo proceden, mediante la cábala, de una tradición muy antigua, en las cuales la filosofía cristiana, mediante la cábala, entra en perfecto acuerdo con la de Pitágoras y la de Platón.
La astrología puede entenderse en dos vías: la astrología matemática o especulativa, que se ocupa de determinar las leyes matemáticas del universo y que deviene en la astronomía. La astrología adivinatoria que pretende interpretar la suerte de los hombres de acuerdo al curso y naturaleza de los astros. Contra esta última arremete Pico afirmando que los hombres que son libres, se convienen en ansiosos, miserables y esclavos de una suerte de influencia de los astros. Pone como ejemplo que la grandeza de un Aristóteles dependa de la ubicación de los planetas en el momento de su nacimiento. El don de la sabiduría lo recibe Aristóteles de Dios, no del lugar de las constelaciones en el momento de su nacimiento. Para Pico, la astrología invierte el orden jerárquico subordinando lo superior a lo inferior y, aunque es cierto que los cielos son superiores a las cosas terrenas, el hombre, como centro y unión del universo entero, es superior a los cielos. Con la investigación científica el hombre está en capacidad de escudriñar las leyes de la naturaleza y valerse de ellas, incluso para dominar parcialmente a la misma. Con la astrología judiciaria o adivinatoria se anula esa libertad, transformando al hombre en esclavo.
La astrología está muy difundida en los tiempos del renacimiento, y en su ataque, coloca  Pico como centro, la defensa de la libertad y dignidad del hombre, bastión del humanismo renacentista.   
 
       
Bibliografía
Abbagnano, Nicolás. Historia de la Filosofía. Tomos I, II, III. Montaner y Simons, S.A. Barcelona, España. 1964.
Albornoz, Hernán. Diccionario de Filosofía. Vadel Hernmanos, editores. Valencia. Venezuela. 1990.
apuntesdefilosofa.blogspot.com
Audi, Robert (Editor). Diccionario Akal de Filosofía. Ediciones Akal. Madrid. 2004
Martinez Echeverri, Leonor y Hugo. Diccionario de Filosofía. Editorial Panamericana. Bogotà. Colombia. 1997.

Platón. Obras Completas. Aguiar Ediciones. Madrid, España, 1969
Schilling, Kurt. Desde el Renacimiento hasta Kant. 1ra  edición en español. UTEHA. México 1965.




     


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