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domingo, 23 de abril de 2017

Renacimiento y aristotelismo



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Defensores del platonismo y del aristotelismo fraguan una lucha intelectual en los albores del Renacimiento. Los primeros, ven en el platonismo la verdadera condición para el renacimiento religiosos; para los segundos, ven en el aristotelismo ven el renacimiento de la investigación directa de la naturaleza. Pero estos, se enfrentan a otro problema: el Aristóteles de la escolástica y trabajado por los filósofos árabes hay que contrastarlo con el Aristóteles original.
El aristotelismo renacentista germina en Italia tras el concilio de Florencia, evento destinado a la unión de las dos iglesias cristianas en la que reúne a numerosos pensadores de ambas corrientes, especialmente tras la caída de Constantinopla en 1453, en manos de los turcos.

Para Ficino, los aristotélicos se dividen en dos grandes corrientes: la alejandrina y la averroísta. El averroísmo toma como centro la Universidad de Padua, siendo dominante desde la mitad del siglo XIV hasta el siglo XVI. En 1472 se publican en latín las obras de Averroes y trabajan numerosos intelectuales paliando las tesis del cordobés con la religión cristiana. 
Los averroístas tienden al panteísmo, al considerar la inteligencia humana única e idéntica con la inteligencia divina. Los alejandrista, seguidores de Alejandro de Afrodisia, mantienen la trascendencia de Dios con respecto al mundo. En el resto de los temas coinciden los aristotélicos: la inmortalidad del alma, la relación entre libertad del alma y el orden necesario del mundo. Basados en el precitado orden, son contrarios a la existencia de milagros y de la intervención de Dios en los asuntos del mundo. El mundo tiene un orden inmutable y necesario, de allí el fundamento de la investigación natural. Ambos comparten la doctrina de la doble verdad: la razón y la fe, sin profundizar en ella y si como herramienta metodológica para librarse de los dogmas de la fe en la investigación científica.
Entre lo averroístas de la época más renombrados, se encuentra Nicoletto Vernia, quien le atribuye una superioridad a la filosofía natural con respecto a la metafísica. Su tesis de la unidad de la inteligencia le causa problemas con la Iglesia y se ve obligado a retractarse.
Agustín Nifo es discípulo de Vernia, nace el año de 1473 y muere en 1546. Sostiene que fuera de las inteligencias motrices de los cielos no existe otras sustancias espirituales e inmortales. Publica las obras de Averroes comentadas por él.
Leoncio Tomeo (1446-1497) explica que la diferencia entre Platón y Aristóteles está màs en el lenguaje que en el pensamiento. Intenta encontrar en el estagirita el fundamento de la inmortalidad del alma dada por Platón. Para el ateniense el alma no puede ser destruida ni por sí misma, porque no puede faltarle el movimiento, ni por otro, porque su movimiento no depende de otro; Aristóteles niega que el alma se mueva por sì misma, a lo que agrega Tomeo, que sólo en el sentido espacial movimiento que tampoco le atribuye Platón.  La doctrina de la reminiscencia de Platón también la concilia con la tesis aristotélica del alma como tabla rasa que recibe del exterior la sensación; para Tomeo, la afirmación aristotélica se refiere al alma que aún no recibe la sensación o que todavía no recuerda los conocimientos que ya posee. El pricipio del conocimiento humano, según Tomeo, es un alma del mundo, que todo lo anima y todo lo gobierna.
Pomponazzi
Pedro Pomponazzi (1462-1524) intenta justificar el orden racional del mundo. Cree en un mundo ordenado según principios inmutables. Reconoce en Aristóteles el filósofo que excluye la intervención directa de Dios o de otros poderes sobrenaturales en las cosas del mundo, interpretando al mundo como un sistema racional de hechos. El milagro y lo que plantean como milagroso es del dominio de la fe. La especulación racional es libre y ajena a toda injerencia del significado que pretende imponer la Iglesia mediante la fe. Pomponazzi intenta reducir lo que se manifiesta como milagro, magia o cualquier hecho sobrenatural, a explicaciones causales que se encuentran en el orden necesario del mundo.
Es interesante la argumentación de Pomponazzi contra la explicación popular de hechos atribuidos a la magia o a los milagros. Desarrolla una demostración teórica que concluye que es inútil admitir la existencia de espíritus o demonios como causas de encantamientos o brujerías; sino que esos sucesos raros y desacostumbrados, que acaecen fuera del curso común de la naturaleza, ocurren eventualmente producto de un determinismo astrológico.
Dios es la causa de las cosas, pero su acción se cumple a través de los cuerpos celestes que son los órganos o instrumentos de la acción divina. Según el orden cósmico, el plano superior actúa sobre el plano inferior a través de grados intermedios. Así que la acción de magos, brujos, adivinos u otros, son sólo efectos naturales, debido al influjo de los cuerpos celestes. Todo lo que sucede en el mundo sublunar está sujeto a generación y corrupción: todo tiene un principio, desarrollo, plenitud y fin. Estas incidencias le ocurren a los pueblos, estados, instituciones y personas. Las iglesias no escapan a esta ley natural. El nacimiento de una religión se caracteriza por la publicidad de profecías y milagros, que van disminuyendo paulatinamente a medida que se acerca su final.
Lo interesante del determinismo astrológico en Pomponazzi, es que analiza todos los fenómenos aparentemente milagrosos, dentro del orden necesario de la naturaleza, que no tolera excepciones y éste, es el fundamento de la investigación. Luego cambiará la tesis del determinismo astrológico, pero en absoluto difiere del orden necesario de la naturaleza.
El alma en Pomponazzi
 Las inteligencias celestes no tienen necesidad de cuerpo, su conocimiento no ni es elaborado ni lo reciben a través de cuerpo alguno, porque las inteligencias celestes mueven, no son movidas. El alma humana, aunque inmortal, por el contrario necesita de un cuerpo ya que solamente puede cumplir su misión mediante un órgano corpóreo, como sujeto; pero también requiere de un cuerpo como objeto, porque su conocimiento es elaborado por y a través del cuerpo.  La experiencia nos muestra que la inteligencia humana entiende mediante imágenes y éstas solamente la pueden facilitar el cuerpo, estando tan ligada la inteligencia al cuerpo, que sigue su suerte. Para Pomponazzi el alma tiene una condición natural y un funcionamiento natural, vinculada al cuerpo y a la experiencia sensible. Esto en nada significa no reconocer la inmortalidad del alma, ya que de lo contrario, si fuese mortal, pone en tela de juicio el castigo o premio de ultratumba e, igualmente, la justicia divina.
De su tesis del alma, desarrolla un punto de interés para la masonería: el tema de la virtud y el vicio. Para Pomponazzi el premio y el castigo son dobles: el premio esencial de la virtud es la virtud misma, que hace feliz al ser humano. La naturaleza humana no puede ir más allá de la virtud, porque èsta sola hace que el hombre se sienta seguro  y exento de turbación. Recordemos la filosofía helenista, particularmente los escépticos. La pena del vicio es el vicio mismo, pues considera que no hay nada más miserable y más infeliz que el vicio mismo. La moral humana natural es aquella por la cual el hombre escoge la virtud por la felicidad que le está inseparablemente unida. Pero son pocos los hombres capaces de obrar por pura exigencia moral, por lo que los fundadores de las religiones han tenido que señalar una serie de premios y castigos en la otra vida con el fin de lograr una exigencia natural: la naturaleza humana, entregada a la materia y poco inteligente, se orienta mejor por móviles que hacen referencia a su lado material. Para Pomponazzi el hombre hay que reconocerlo en su naturalidad y está reducido a una ley que le vincula al orden necesario del todo universal.
Lo anterior nos lleva al tema de la libertad en el hombre, punto que Pomponazzi estudia con atención y le atormenta ya que no encuentra solución a los problemas que se plantea. Lo medular es la relación existente entre, de un lado, presciencia, predeterminación y omnipotencia divina y del otro, la libertad humana.
La presciencia divina se funda en una doble relación entre el conocimiento divino y la acción humana. Dios conoce el fundamento de la causa de la acción humana; Él sabe que el ser humano puede actuar de una u otra manera, cumpliendo o no determinada acción; lo sabe porque conoce la naturaleza humana. El hecho de conocer la naturaleza humana, en nada elimina su libertad de acción. Dios conoce la posibles acciones futuras del hombre, porque la eternidad de Dios comprende todos los tiempos. Igual ocurre con la predestinación. Él aspira que todos los hombres sean dichosos por medios naturales y por la intervención de la razón pura. Aquellos hombres que cooperan con la gracia divina, llegan a lograr la dicha eterna. La predestinación deja a la libertad del hombre para aceptar o rechazar el camino que Dios indica.
El punto álgido para Pomponazzi es el de la omnipotencia divina y la libertad humana. Aquí se acerca a los estoicos, sin ser definitiva su apreciación, quienes afirman la necesidad absoluta del orden cósmico establecido por Dios. Frente a esta idea, emerge la dificultad de que Dios sería causa del bien y del mal. Frente a ello, señala que el bien concurre igual que el mal a la plenitud del universo y que en el mismo, como organismo viviente, conviven partes puras y nobles, así como partes impuras e innobles. Si se extirpa el mal, queda igualmente suprimido el bien. Para Abbagnano la preferencia de Pomponazzi de una solución tan radical, pone al descubierto el fondo de su pensamiento: lo importante el preservar el orden racional del mundo. Lo importante es la investigación natural y ésta sólo es posible si se admite el orden necesario del mundo.     



Bibliografía
Abbagnano, Nicolás. Historia de la Filosofía. Tomos I, II, III. Montaner y Simons, S.A. Barcelona, España. 1964.
Albornoz, Hernán. Diccionario de Filosofía. Vadel Hernmanos, editores. Valencia. Venezuela. 1990.
apuntesdefilosofa.blogspot.com
Audi, Robert (Editor). Diccionario Akal de Filosofía. Ediciones Akal. Madrid. 2004
Martinez Echeverri, Leonor y Hugo. Diccionario de Filosofía. Editorial Panamericana. Bogotà. Colombia. 1997.
Platón. Obras Completas. Aguiar Ediciones. Madrid, España, 1969
Schilling, Kurt. Desde el Renacimiento hasta Kant. 1ra  edición en español. UTEHA. México 1965.


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