“Nadie entre aquí si no conoce Geometría”
Inscripción en el atrio de la Academia de Platón

sábado, 13 de mayo de 2017

Los orígenes de la ciencia: la geometría liberadora de las ataduras mágico animistas



A la Resp.·. Log.·. General Santiago Mariño Nº 208,
al Or.·. de Caracas
 “Nadie entre aquí si no conoce geometría
Platón
 “No me lea, quien no sea matemático, en mis principios
Leonardo da Vinci

La filosofía naturalista del Renacimiento desemboca en la ciencia, siendo las investigaciones naturalistas de los últimos escolásticos como un manantial donde el aristotelismo renacentista, que desarrolla el concepto de orden necesario de la naturaleza, más la doctrina de Telesio, quien afirma la perfecta autonomía de la naturaleza; fluyen hacia un inmenso mar que conforma la nueva ciencia. Nueva ciencia que parte de la idea de la reducción de la naturaleza a la pura objetividad mensurable, en la cual la complejidad de las cosas o formas constituidas esencialmente por determinaciones cuantitativas, están sujetas a leyes matemáticas. Se libera de la teología que no le dejaba progresar; se deslastra de los supuestos metafísicos del aristotelismo y se independiza de las ataduras mágico animistas en que se funda la filosofía natural de Telesio.

Desde los tiempos de Platón y Aristóteles se viene abriendo paso la ciencia. Supera la concepción aristotélica, que parte de la base platónica. Es conocimiento demostrativo que permite conocer la causa de un objeto, o sea, conocer porque no puede ser diferente de lo que es. Euclides (siglo III a.C.), se fija el propósito de realizar la matemática como ciencia deductiva, sin contar con la experiencia y la inducción. Duns Escoto (1266-1308) da un paso en el camino de liberar a la ciencia del dominio de la fe, es decir, en la ciencia se admite lo que pueda ser verdaderamente demostrado. Se incoaba el término de sistema: Leonardo da Vinci, Galileo, Descarte, Spinoza entre otros, adelantaban sus deducciones sobre la base de las matemáticas y la geometría como ciencias perfectas.
Ya a esta altura de la evolución de la disciplina, Leonardo es un pionero que le da a la ciencia de la naturaleza, una dirección de la que ya no volverá en los tiempos por venir.
 
Leonardo da Vinci
Para Leonardo la ciencia como el arte tienen un único fin: el conocimiento de la naturaleza. Son dos los pilares sobre los cuales descansa todo conocimiento verdadero de la naturaleza: la experiencia sensible y el cálculo matemático. El arte busca la proporción que presupone el estudio de las cosas, mediante la experiencia sensible, para encontrar la belleza de la armonía que la ciencia expresa en las leyes matemáticas. En el entorno busca Leonardo el orden mensurable, que es proporción evidente la cuale se resume en el número, que es al mismo tiempo belleza.
La sabiduría es hija de la experiencia” nos dice Leonardo y con esta sentencia desecha cualquier especulación que no sea sostenida por la experiencia y advierte que quien pida a la experiencia lo que está más allá de sus límites, es un ignorante. Para evitar el error, se debe reducir cualquier juicio al cálculo matemático y sobre esta única base, comprender y demostrar las razones de las cosas en la experiencia manifiesta. Leonardo considera a las “ciencia sofisticas” como fuente de enseñanza para vociferar eternamente, mientras que las matemáticas son el fundamento de toda certeza. Hace suyo el lema de Platón el cual estaba burilado en el atrio de la Academia: “nadie entre aquí si no conoce geometría”; Leonardo dice: “no me lea, quien no sea matemático, en mis principios”.
La naturaleza se identifica con la necesidad de su ordenación matemática; una necesidad que determina el orden mensurable de la misma y se expresa por la relación causal entre los fenómenos. Necesidad que excluye cualquier fuerza metafísica o mágica. Que prescinda de la experiencia o que quiera someterla a principios que le son extraños. Entender la “razón” de la naturaleza significa entender la “proporción” que se encuentra no solamente en los números y en las medidas, sino también en los sonidos, los pesos, en los tiempos, en los espacios y en cualquier expresión natural, que se identifica con el razonamiento matemático. De este razonamiento matemático, Leonardo deriva la mecánica y señala, quizás por primera vez, sus principios. Fluyen de su investigación la ley de la inercia, el principio de la reciprocidad de la acción y de la reacción, el teorema del paralelogramo de las fuerzas, el de la velocidad, entre otros, que son de gran utilidad en la investigación de Galileo, quien le da formas definitivas.
Leonardo es un investigador incansable. Sus manuscritos revelan su exploración en campos como la anatomía, la mecánica, la paleontología entre otros muchos. Escritos que atestiguan su afán de estudiar la naturaleza, no con el fin de escuadrarla en formulas teológicas, metafísicas o mágicas, como venía ocurriendo con muchos autores, sino con el propósito de reducirla a formulas matemáticas y a la objetividad empírica.
 
Copérnico 
Copérnico nace en la actual Polonia el año de 1473 y fallece el año de 1543. Recibe el título de doctor en Derecho Eclesiástico en 1503.
Durante toda la Edad Media privo la tesis geocentrista, basada en las ideas aristotélicas ptolemaicas, las cuales colocan a la Tierra como centro del cosmos. Estudia antiguos pensadores griegos que refutan dicha tesis y demuestra que la dificultad que se tenía para explicar el movimiento aparente de los astros se resuelve aceptando que la Tierra gira sobre sí misma, en vez de considerarla un centro inmóvil en el concierto celeste. Reconoce tres movimientos de la Tierra: el diurno, alrededor de su propio eje; el anual, alrededor del Sol y el anual del eje terrestre respecto al plano de la elíptica.
Copérnico no llega a ver publicado su libro, lo cual ocurre poco después de su muerte. No son pocas las críticas, entre otras la de Lutero, quien le llama “tonto”. La Iglesia católica coloca el libro en el Índice de lecturas prohibidas para los católicos. Los matemáticos y físicos que aceptaron sus ideas, son perseguidos y hasta quemados vivos, como ocurre con Giordano Bruno.
Johannes Keppler
Keppler es un astrónomo alemán que revoluciona la ciencia al formular tres leyes que fueron las primeras que se plantearon con sentido estrictamente científico, rompiendo la tradición del movimiento circular como el único perfecto y planteando, por vez primera, el carácter físico de las fuerzas en contra del tradicional carácter anímico. Su defensa del sistema copernicano significa la ruptura definitiva con la concepción platónica y abre las puertas a la física de Newton.
Keppler nace el 27 de diciembre de 1571 y muere el 15 de noviembre de 1630. Su vida transcurre en un constante luchar con los protestantes y católicos, al punto que a su madre intentaron quemarla en la hoguera acusada de brujería.
Para Keppler la materia está sujeta a un orden geométrico y exalta la belleza, la perfección y la divinidad del universo, en el cual ve la imagen de la trinidad divina. Considera que el Sol se encuentra en el centro del mundo, imagen del Dios Padre, del cual se deriva toda luz, todo calor y vida. La disposición de los planetas alrededor del Sol obedece a una ley precisa de armonía geométrica. Los cinco planetas constituyen un poliedro regular y se mueven según esferas circunscritas al poliedro delineado por su posición respectiva. En sus comienzos, atribuye el movimiento de los planetas a un alma motriz de ellos mismos o al alma motriz del Sol, buscando en la filosofía neopitagórica y neoplatónica una respuesta a sus investigaciones, respuesta que desecha para concluir que en lugar de existir inteligencias motrices, lo que existe son fuerzas puramente físicas. Mantiene firme el principio de que la objetividad del mundo consiste en la proporción matemática implícita en todas las cosas. Cabalgando sobre este principio, que animó la investigación de Leonardo da Vinci, llega al descubrimiento más importante de su vida: las leyes de los movimientos de los planetas.
Keppler no solamente perfecciona el sistema copernicano, sino que registra definitivamente el valor del procedimiento que reconoce en la proporción matemática la verdadera objetividad natural.
 
Galileo Galilei
El 15 de febrero de 1564 nace en Pisa, Italia, Galileo Galilei. Fue un hombre de ciencia y da basamento firme a los avances de sus predecesores: Leonado, Copérnico y Keppler, entre otros. En 1583, la oscilación de una lámpara en la catedral de Pisa, le motiva a la investigación que le conduce a comprobar la ley del isocronismo de las oscilaciones del péndulo. Galilei es considerado el introductor del método experimental en las ciencias. Además de descubrir la ley del péndulo, estudia las bases de la dinámica moderna, los satélites de Júpiter, los montes de la Luna, la composición de la Vía Láctea; inventa el termómetro, la balanza hidrostática, diseña y construye el primer telescopio registrado; enuncia el principio de la inercia y el centro de gravedad de los sólidos; defiende el sistema heliocéntrico expuesto por Copérnico, lo que le acarrea consecuencias impredecibles por el enfrentamiento con el Santo Oficio o Inquisición.
Galileo elimina toda posibilidad finalista o antropomórfica del mundo natural y reduce la naturaleza a una objetividad medible, lo que lleva a la filosofía de la experiencia o dicho de otra forma, a la ciencia moderna a su madurez.
La investigación natural no puede estar sujeta a cualquier preocupación finalista o antropológica, ya que las obras de la naturaleza no pueden ser juzgadas con una medida exclusivamente humana, sobre la base de lo pueda entender o le resulte útil al ser humano. Nuestros pareceres o designios no afectan a la naturaleza, ni tienen para ella valor nuestras razones probables, así que cualquier anticipación respecto a la naturaleza resulta imposible. Visto el avance de la ciencia en nuestro siglo XXI, esta afirmación en sujeto de discusión, pero este punto no es el objeto de este texto.
Galileo enfrenta a quienes basan sus conjeturas sobre el mundo natural en escritos que muchas veces se trazan con otros propósitos y pretenden responder con ellos a observaciones y experiencias directas. Considera que estos no pueden llamarse filósofos. Igual denuncia que no pueden sacrificarse las enseñanzas directas de la naturaleza a las afirmaciones de los textos sagrados. Las Sagradas Escrituras y la naturaleza, ambas provienen del Verbo Divino: la primera dictada por el Espíritu Santo, la naturaleza es un mandato de Dios. Las Sagradas Escrituras debe adaptarse al limitado entendimiento de los hombres a quienes se dirige –véase aquí la aplicación de la escuadra y el compas sobre el V.·.L.·.S.·. en el Ara-, mientras que la naturaleza es inexorable e inmutable y jamás traspasa los límites de las leyes que le han sido impuesta, sin importarle si el hombre las comprende.
Cuando observamos roto un bastón sumergido en agua, el error no es del ojo, que ciertamente recibe la imagen rota y refractada, sino del razonamiento de la persona que no conoce las leyes físicas que hacen que un objeto se refracta al pasar de un medio transparente a otro. El razonamiento sirve para extender la experiencia sensible y suplirla donde no alcanza, pero no puede sustituirla. Tampoco la lógica puede sustituir la experiencia, ya que su objeto es conocer si las demostraciones ya hechas y halladas proceden de modo concluyente.
La experiencia es fundamento y limite del conocimiento humano. Le es imposible alcanzar la esencia de las cosas. La experiencia se atiene a los elementos permanentes y verdaderamente objetivos y elimina los subjetivos. Por ello son cualidades propias e inseparables de los cuerpos materiales la cantidad, la figura, la magnitud, el lugar, el tiempo, el movimiento, el reposo, el contacto, la distancia y el número; estas cualidades sensibles son determinaciones cuantitativas; mientras las que son puramente subjetivas como los sabores, olores, colores y sonidos subsisten solamente en los órganos sensibles, pero no son caracteres objetivos de los cuerpos, aunque sean producidos por éstos.
De allí que Galileo, avanzando en lo ya propuesto por Nicolás de Cusa, Leonardo da Vinci y otros predecesores, apunta hacia la estructura matemática de la realidad objetiva. Sostiene que la naturaleza está escrita en términos matemáticos y sus caracteres son geométricos: triángulos, círculos y otras figuras precisas. Para adentrarse en su estudio se debe aprender, previamente, el lenguaje de las matemáticas y la geometría. En la estructura matemática del universo se funda su orden necesario, que es único y que siempre ha sido y será así. La ciencia para estudiar este orden debe fundarse en un sistema exacto de medida, por lo que las generalidades como “cercano”, “grande”, “pequeño”, entre otras, no significan nada ya que entra en lo relativo de lo que es grande o lejano para los actores. Se hace ciencia solamente cuando se introduce una unidad de medida y se determinan con relación a esta unidad todas las relaciones cuantitativas.
Con respecto a la naturaleza no hay posibilidad de anticipación. Aquí no hay espacio para la magia o la adivinación ya que nuestros pareceres o nuestros designios no la afectan, ni tienen para la naturaleza valor nuestras razones probables. Galileo muere el 8 de enero de 1648, tras años de juicio escapando de la “justicia” oscurantista de la Inquisición. Para ese año Baruch Spinoza contaba con 16 años. Espinosa será un hombre del siglo XVII, de inicios de la Ilustración. Iniciado en la masonería, planteará que para el filósofo existe una coincidencia entre Naturaleza y Dios: que “las leyes universales de la Naturaleza son únicamente decretos de Dios, que nacen de la necesidad y perfección de la Naturaleza en Dios”. De lo anterior se deduce, claramente, que no puede existir una suspensión de las leyes de la naturaleza o una corrección de las mismas, ya que significaría que Dios no hubiese sabido créalas ordenadas y perfectas, para hacerlas servir a sus designios. De esta manera magistral, Spinoza destierra de la filosofía cualquier atisbo de misticismo, magia o superchería que enloda incluso las vertientes esotéricas, cabalísticas y otras expresiones de la filosofía perenne.

Bibliografía

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Albornoz, Hernán. Diccionario de Filosofía. Vadel Hernmanos, editores. Valencia. Venezuela. 1990.

apuntesdefilosofa.blogspot.com

Audi, Robert (Editor). Diccionario Akal de Filosofía. Ediciones Akal. Madrid. 2004

Daza, Juan Carlos. Diccionario Akal de Masonería. Ediciones Akal. Madrid. 1997

Martínez Echeverri, Leonor y Hugo. Diccionario de Filosofía. Editorial Panamericana. Bogotá. Colombia. 1997.

Schilling, Kurt. Desde el Renacimiento hasta Kant. 1ra  edición en español. UTEHA. México 1965.

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