San Juan Evangelista |
El mensaje cristiano contiene la revelación
hecha por Dios a través de la Biblia
y de Jesús. O sea, la verdad ya está anunciada. La filosofía, por ende, pierde
el carácter de investigación ontológica y queda para la muy importante tarea de
coadyuvar en la argumentación teológica oficial aprobada en los concilios de la
Iglesia católica -además de los conclaves de otras iglesias cristianas- para
abordar temas álgidos: enfrentar los ataques del paganismo y de otras creencias
u organizaciones no religiosas e, igualmente, afrontar herejías, divisiones y
otras circunstancias propias de una institución que sobrevive y perdura con el
paso de los siglos, transformándose en fuente de gran poder terrenal.
La misión histórica de la Iglesia es acercar
el mensaje de Jesús a los hombres, conformando una comunidad universal: el
catolicismo, en la que se invita a cada hombre a vivir de acuerdo a los
postulados enseñado y ejemplarizados por Cristo. Así que la filosofía cristiana
tiene un sólo fin: contribuir a encontrar el mejor camino por el cual los seres
humanos comprendan y hagan propia la revelación cristiana. Para nada tiene que
buscar la filosofía cristiana nuevas verdades, como si ocurre con la filosofía
griega; ni tampoco debe profundizar y desarrollar la verdad primitiva del
cristianismo. Eso, limitadamente, les corresponde a los teólogos.
He aquí una gran diferencia con algunas
escuelas fraternales que adelantan estudios filosóficos, por ejemplo, la
masonería. En los países cristianos, las logias masónicas utilizan
mayoritariamente la Biblia como
Volumen de la Ley Sagrada. Pero en absoluto es un libro de revelación. La Biblia contiene la verdad velada en
simbolismos y alegorías, la cual se investiga utilizando como herramientas la
escuadra de la razón y el compás de la comprensión, para que cada masón, en su
interior, encuentre su propio camino. Por ello la masonería no es dogmática y
de allí la importancia como ayuda, de la antropología filosófica masónica.
Este tema tiene muchas aristas y lo
trataremos didácticamente con el fin de estimular su investigación ya que
existen un buen número de textos con visiones particulares. Veremos algunos
puntos de los inicios de la era cristiana que nos ayuden a formarnos una idea
de lo complejo del tema, sin entrar en tiempos posteriores, siempre en el
contexto no dogmatico de este trazado.
Las religiones se basan en creencias que no
son ganancia de una investigación, pues se fundamentan en la aceptación de una
revelación. Un testimonio superior manifiesta una verdad y esta es admitida con
total adhesión. Cristo informa que “Aquél”
le envió y ello es suficiente testimonio (Juan,
VIII, 13, 16). La investigación filosófica, tan medular en la filosofía griega,
queda limitada durante la existencia del mortal terrenal a conocer y reconocer
el camino de la verdad cristiana, por medio del cual puede acceder a examinar y
hacerla propia.
Así que bajo la anterior premisa nace la
filosofía cristiana y para cumplir con su tarea, utiliza los instrumentos
aprendidos en la filosofía griega los cuales facilitan al pensador cristiano la
elaboración de un discurso cuyo significado le sea fácilmente accesible al
hombre de la época. Para ello se ayuda del aporte helénico el cual es
especulación filosófica en pleno sincretismo con las creencias religiosas
orientales. La revelación cristiana, de la mano de los instrumentos de la
filosofía helenística, utilizados de la manera más amplia, llegan a las
inmensas masas de habitantes del mundo occidental, primero helenizado y luego
romanizado.(1)
Cristo
La
vida de Cristo se conoce, esencialmente por medio de los Evangelios. También por los escritos de Qumrán. Estos eran una comunidad religiosa judía, que vivieron en la costa
occidental del mar Negro entre el 150 a. C. y el 68 d. C., cuando el lugar fue
destruido con motivo de la gran revuelta contra la dominación de Roma. Los
eruditos generalmente se inclinan, ahora, a identificar la comunidad de Qumrán
con los esenios.
Excavaciones en unas cuevas hechas en la localidad de
Khirbet-Qumrán, en 1947, condujeron al encuentro de manuscritos hebreos del Antiguo Testamento, libros apócrifos o
deuterocanónicos, un comentario del libro de Habacuc, fragmentos de otros comentarios bíblicos y los escritos
del grupo o secta de Qumrán. Estos materiales son conocidos generalmente como Los
Rollos del Mar Muerto y datan de
finales del siglo I d.C.
La vida en Qumrán era conventual y mucho más estricta
que la de los judíos en general. Como los cristianos y judíos, los de la
comunidad hacían énfasis en aspectos escatológicos y en la venida de un Mesías.
Aunque algunos han dado a entender en escritos y comentarios algún acercamiento
de Jesús con este grupo, no se ha probado con testimonios fehacientes el
contacto formal de Qumrán con la iglesia primitiva cristiana ni que Jesús haya
tenido vínculos con ellos, como algunos han afirmado.
Tengamos presente que los Evangelios son libros religiosos, no
relatos históricos en sentido estricto, que responden a las necesidades de la
iglesia cristiana del momento. Son interpretaciones de la vida de Jesús y su
mensaje con fines devotos; lo que no impide su utilidad porque son pocos los
testimonios que se tienen. Hay quien plantea que los Evangelios fueron burilados buscando quizás hacer de Jesús un ser
menos humano y más inalcanzablemente divino.(2)
La vida pública de Jesús se inicia con el
encuentro con Juan el Bautista, quien es el fundador de una secta opuesta al
judaísmo oficial que predica la purificación de los pecados ante la inminente
llegada del mensajero de Dios. Jesús es bautizado por Juan y reconocido como el
Mesías e inicia su predicación en Galilea. Recluta sus apóstoles y enseña
mediante el empleo de parábolas y expresiones alegóricas, acompañadas de
milagros. La enseñanza de Jesús cuenta con la oposición de los fariseos y los
saduceos, dos de los más fuertes grupos dentro del judaísmo.
Jesús anuncia la llegada del reino de Dios,
la victoria de la soberanía divina sobre la creación y la necesaria conversión
de los pecadores. Sobre la llegada del reino anunciado, los Evangelios no son claros, dando pie a
una serie de especulaciones que aún perduran. Jesús nos enseña que el reino de
Dios es la revelación de la conciencia de Dios, experimentada individualmente,
al conocer sus misterios a través de la iniciación Crística.
Jesús predicó utilizando parábolas. La
parábola tiene por objeto deducir, por comparación o semejanza, una verdad
importante o una enseñanza moral. Bien podemos decir, esotéricamente, que busca
conectar la comprensión de lo superior con el entendimiento de lo profano o
inferior. Graficando, lo consideramos como un puente entre dos niveles; uno
exotérico y otro esotérico; mensaje que todo el que escuchaba entendía en su
trasfondo moral, pero los iniciados lo juzgaban más allá, en una comprensión de
las leyes del universo y de la naturaleza. Era una época difícil donde el
fanatismo y la superstición de los poderosos cobraban con la vida de los que
pensaran distinto. Por ello se desarrollo este lenguaje preciso, velado en
símbolos y alegorías, en cuya función se utilizaron debidamente ciertas
palabras y ciertos términos en este doble y bien entendido significado por los
discípulos.
El resto de la historia es conocida. Pero
antes de pasar al próximo punto, es importante poner de bulto la afirmación de
Blázquez Martínez sobre que “ni Jesús ni
los apóstoles instituyeron el episcopado monárquico o el sacerdocio. En la
Carta de Pedro y en otros escritos se encuentra la idea del sacerdocio
universal de todos los fieles. La primera mención de la ordenación de
sacerdotes data de la época del escritor eclesiástico Hipólito de Roma, muerto
el año 235; la Historia Augusta la
menciona en relación con hechos de gobierno del emperador Alejandro Severo
(222-235)” (3)
Los
Evangelios sinópticos
Jesús es un renovador de la tradición
hebraica. Los profetas anuncian un resurgimiento, teshuvá (*), del
pueblo hebreo tras una sucesión de desgracias como prueba del castigo divino
por haber violentado los pactos entre Dios y el pueblo elegido. Ese anuncio lo
hará un Mesías favorecido
directamente por Dios. Esta nueva se amplía pasando del pueblo israelita a
todos los pueblos del mundo, a todos los hombres “de buena voluntad”, sin distingo de raza, cultura o posición
social; destacando la premisa que es una renovación espiritual, no política ni
temporal, ya que se realiza a lo interior, egoidad (**), de cada ser
humano.
“Dad al
Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios” (Mateo, 22,21; Lucas, 20,
25) es un anuncio que despolitiza su mensaje. Insiste en la individualidad del
reino de Dios: “no se podrá decir “aquí
está o allí está”, porque, en verdad, el reino de Dios está dentro de vosotros”
(Lucas, 17,21). Es la edificación del
templo individual, construcción de sí, porque es una vida espiritual a la que
llama a desarrollar en cada ser humano y que se expande gradualmente entre
todos los hombres: del templo individual al templo colectivo.
Jesús plantea la ruptura con los lazos que
atan al hombre al mundo sensible y que debe dedicarse a construir su verdad: “el que hallase su alma la perderá, y el que
la perdiere por mí la encontrará” (Mateo,
10,34). Jesús actúa como el buen maestro que guía a sus practicantes bajo un
mensaje de fe. El reino de los cielos es para los pobres de espíritu, para los
que sufren, para los mansos, para los que necesitan justicia, para los
perseguidos. Frente a la antigua ley del “ojo
por ojo y diente por diente”, elogiosa de la venganza, convoca la del amor:
“amad a vuestros enemigos y rogad por los
que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos,
que hace brillar el sol sobre los malos y sobre los buenos y hace llover sobre
justos e injustos. Ya que, si amáis solamente a los que os aman, ¿qué merito
tenéis? ¿No hacen también esto los publicanos?
Y si queréis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis extraordinario? ¿Acaso no lo
hacen los paganos? Sed, pues, perfectos, como es perfecto vuestro Padre
Celestial” (Mateo, 5, 44-48).
Jesús invoca un cambio radical en la conducta
de cada individuo. Va hacia eso: al individuo, no a la persona como fachada del
hombre ante su prójimo; sino al individuo, como constructor de su propia
existencia en función de la Gran Obra Universal, que está signada por la
belleza que caracteriza la armonía y el amor. La relación entre el hombre y
Dios es individual, sobre la base del amor y la virtud. “buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os
dará por añadidura” (Mateo, 6,
33). Esta averiguación, aunque individual, no es pasiva: “vigilad, nos dice Jesús, porque
no sabéis qué día vuestro Señor vendrá” (Mateo, 24, 42). Transitar hacia el encuentro exige una acción
coherente: “pedid y se os dará; buscad y
hallaréis; llamad y se os abrirá” (Lucas,
11, 9). Esa indagación activa la organizan los seguidores de Jesús,
especialmente, con la iglesia que se constituye siglos después sobre la base de
la interpretación de los Evangelios.
Más allá de este mensaje exotérico, aplicando
análisis esotérico, se encuentra un simbolismo cuyo significado supera el
trasfondo moral y halla la explicación del porqué de la presencia y aplicación
de las leyes del universo y la naturaleza. Juan nos introduce en parte del
tema.
El
Evangelio de Juan
Juan da un viraje al sentido de los Evangelios sinópticos. Juan intenta
entender filosóficamente la figura de Jesús y el contenido de su enseñanza. Se
inicia el trazado de la ruta que busca interpretar la presencia del Maestro en
la tierra.
Juan ve en la figura de Jesús al Logos o Verbo Divino: “en el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios,
y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él
fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba
la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas
resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella.” (Juan, 1, 1-5). En
la filosofía hebrea, en el Libros de
la Sabiduría,
encontramos ya la concepción del Logos, pensamiento ya trabajado por los
griegos. Al Logos se le atribuye la función de mediador entre Dios y el mundo
sensible, ya que todo ha sido creado por intermedio de él.
Juan plantea el tema de la vida según la
carne y la vida según el espíritu, ésta última supone una nueva vida que se
inicia con un nuevo nacimiento: “en verdad, en verdad te digo, que si uno no
nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios.” (Juan, 3, 3). Este renacimiento es el nacimiento espiritual a la
nueva vida: “el espíritu es lo que
vivifica, la carne no vale nada; las palabras que yo os he dicho son espíritu y
vida.” (Juan, 6, 63).
Esa alternativa que ofrece el Maestro Jesús a
los hombres, la viabiliza la patrística de los primeros siglos y los teólogos
siguientes, construyendo una institución y elaborando un cuerpo doctrinal.
Igualmente es venero de tesis y planteamientos que enfocan diferentes ángulos,
que traerán una rica dinámica al pensamiento cristiano en particular y al
filosófico en general, acompañada en muchas ocasiones de violencia y sangre.
Paulo
de Tarso
Pablo independiza al cristianismo de las
ataduras del judaísmo. Jesús predica hacia el interior del pueblo hebreo con
sentido ecuménico. Pablo lo lleva a la práctica en el mundo pagano.
En la Carta
a los Gálatas (2, 7-11) y en los Hechos
de los Apóstoles (15, 28-29), se
pone de bulto la pugna entre los partidarios de mantener las costumbres
antiguas del judaísmo dentro del cristianismo y los que reformaban las mismas.
Santiago, jefe de la Iglesia cristiana de Jerusalén, exige un mínimo de
prescripciones rituales, incluso la circuncisión de los adeptos no judíos. De
esta manera mantiene la unidad del mensaje de Jesús, el Mesías, con la antigua
ley de Moisés, como una secta judeocristiana.
Pablo establece, como Juan el Evangelista,
dos grupos de hombres: aquellos que viven según la carne y aquellos que viven
según el espíritu. Los primeros descienden de Adam, los segundo de Cristo. La
antítesis del hombre que vive según la carne no es el hombre culto, formado,
sino el que vive en “gracia”. Así que
el hombre natural puede adquirir conocimiento por medio de los estudios, por la
filosofía entre otras disciplinas; ahora bien, en absoluto es la verdadera
sabiduría todo el saber material de este mundo manifestado, nada de eso es
comparable con la sapiencia de Dios.
El hombre es el templo de Dios en el que habita
el espíritu del Creador (1 Cor, 3,
1). Ahora bien, el hombre espiritual nace del hombre carnal y aquí hay una
clara identificación con los misterios griegos. Según éstos, los hombres
primitivos no eran humanos como son reconocidos. Una deidad adelanta el proceso
de evolución y por ello se celebran ceremonias en los misterios. De allí la diferencia entre iniciados y no iniciados,
siendo los primeros, hombres en plena realización. Así Pablo, posiblemente
amalgamando este concepto griego con el de teshuvá
del Antiguo Testamento, genera este
giro transformador, forjando un hombre nuevo de manera gradual, por pasos.
Pablo habla de dos hombres que coexisten: el exterior e interior (2 Cor, 4, 16)
siendo así que la carne se transforma en “templo
del Espíritu Santo” (1 Cor, 6,
19). Este planteamiento mantiene vivo el recuerdo de la doctrina órfica y otras
religiones antiguas, así como la teoría de Platón, del cuerpo como cárcel del
alma. Pero hay que distinguir una diferencia conceptual importante: según
Platón, el mal viene del cuerpo, mientras que el alma es un principio divino y
por ende puro en nosotros. Para Pablo el hombre es pecador en cuerpo y alma.
Ahora bien, según algunos investigadores,(4) Pablo llama hombre
natural tanto al carnal como al psíquico, teniendo el cuerpo y el alma, más
bien, su antítesis en el espíritu. Este tema es tratado por pensadores
cristianos de la época, estableciendo, a manera de ejemplo, lo que Justino
señala al cuerpo como casa del alma y ésta, del espíritu. Clemente y Orígenes
distinguen tres clases de hombres: Hílicos (materia), Psíquicos (mente) y
Pneumáticos (aliento).
La visión holística de Pablo, uniendo cuerpo
y alma, es la base en que se sustenta no solamente la inmortalidad del alma,
sino la resurrección de la carne, lo que genera la gran diatriba con la
filosofía griega clásica: para Platón el alma sólo es inmortal, mientras que en
el cristianismo, el cuerpo participa en la transfiguración posterior.
La Filosofía Cristiana, a pesar de los
obstáculos que le han impuesto muchos teólogos, ha entregado frutos
importantísimos a la humanidad que han permitido difundir e interiorizar una
visión más humana de nuestro paso por este plano existencial.
Glosario.
(*)Teshuvá.- Este es un
enunciado hebreo de gran interés por su sentido de contrición y retorno. Está compuesto por la palabra shuvá, que significa
arrepentimiento y la letra tav,
simbolizada por la cruz que implica sufrimiento; por lo tanto, es el pesar
acompañado del sufrimiento que encierra el permanente recuerdo de los errores
cometidos. Pero este sufrimiento no es una tribulación o congoja, significa que
el acto de regresar a la esencia, antes que encarnar un tormento, es un evento
alegre porque es dejar atrás la tristeza, teniendo presente que el principio
del judaísmo es alegría hecha vida.
(**) Egoidad.-
Voz derivada de la palabra “Ego”. Egoidad significa “individualidad”, nunca “personalidad”, y es lo contrario de “egoísmo”, el distintivo por excelencia
de la personalidad.
Notas:
1)
Abbagnano. Historia de
la Filosofía. Tomos I.
Págs. 187-188
2)
Castro, Eduardo. Jesús: “una historia desconocida”. Artículo publicado en
http://malletes.blogspot.com/2016/03/eduardo-castro-jesus-una-historia.html
3)
Blázquez Martínez. El nacimiento del cristianismo. Pág. 36
4)
Landmann, Antropología
Filosófica. pg. 82
Bibliografia
Abbagnano, Nicolás. Historia de la Filosofía. Tomo I.
Montaner y Simons, S.A. Barcelona, España. 1964.
Blázquez
Martínez, José María. El
nacimiento del cristianismo. Editorial Síntesis. Madrid. España. 1996.
Castro, Eduardo. Jesús: “una historia desconocida”. Artículo publicado en http://malletes.blogspot.com/2016/03/eduardo-castro-jesus-una-historia.html
Landmann, Michael. Antropología Filosófica.
1ra edición. UTEHA. México. 1961
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