El ser humano tiene miedo aqueróntico, propio del
inframundo, frente a lo amenazador, a lo insólito. Ese temor lo comparte con
los animales. Es el llamado mysterium tremendum. Pero a diferencia de
otras especies, el hombre siente necesidad de comprender lo inexplicable, lo
terrorífico, lo metafísico; es el llamado mysterium fascinosum. En este
segundo misterio, está el motor del estudio y la investigación: la teología, la
filosofía.
El hombre se sabe inserto en la ordenación del Ser. El
mysterium fascinosum lo convoca a una aproximación al conocimiento y da
inicio a la ciencia del hombre. Desde tiempos arcanos con los mitos y luego,
con la religión, para finalmente forjar la filosofía y la ciencia.
“Los primeros teólogos”, así llama
Aristóteles a quienes elaboraron los mitos, cosmogonías y teogonías. El hombre
primitivo observa la acción imponente de fenómenos que se manifiestan en el
firmamento: en las estrellas, nubes; pero también en su propia vida; igual en
la tierra, en el mar, lagos y ríos, en fin en lo alcanzable y en lo que se
vislumbraba más allá de lo físico.
No es casualidad que los términos “religión” o “religioso”, antes de ser usados con un sentido relacionado con las
divinidades, eran utilizados para expresar un temor o un escrúpulo supersticioso.
Así consta en textos de Julio César (De Bello Gallico VI 36) y Tito
Livio (Historia de Roma desde su fundación IV 30). (1)
La palabra religión tiene un par de interpretaciones.
Veamos, antes de continuar, que la voz viene del latín religare o re-legere
y sobre esta base, abordamos la primera interpretación, la cual la
relaciona con el culto. El mejor ejemplo es Cicerón (106 a. C. – 43 a C.) quien
en su obra De natura deorum, ofrece la siguiente etimología: “Quienes
se interesan en todas las cosas relacionadas con el culto, las retoman
atentamente y como que las releen, son llamados “religiosos” a partir de
la relectura”. Esta etimología subraya la fidelidad a los deberes que la
persona religiosa contrae con la divinidad.(2)
De su lado Lactancio (¿245? – ¿325? d. C.), hace
derivar la palabra “religión” del verbo latino religare: “Obligados
por un vínculo de piedad a Dios estamos religados”, de donde el mismo término “religión” tiene su origen diferente
al propuesto por Cicerón, a
partir de “releyendo”. Este segundo sentido resalta la relación
de dependencia que “religa” al hombre
con las potencias superiores de las cuales él puede llegar a sentir dependencia,
por lo que le lleva a tributarles culto.(3)
Más allá del alcance etimológico de la palabra religión,
es indudable que la fe no solamente tiene que ver con Dios y su obra, sino
también con lo que hace el ser humano. El origen del hombre, el tema del alma,
lo que ocurre después de la muerte, su condenación, salvación; pero no queda
allí la investigación o los autos de fe, también es de su competencia la misión
que debe cumplir el hombre y el sentido que le da a su vida dicho desempeño.
Visto así, la religión va más allá de la vida del individuo y pasa a ser
transversal de toda la existencia.
La primera religión se funda en la mitología. Los
dioses son inmortales y el hombre es efímero, mortal. El hombre viene del latín
humus, capa superficial del suelo, constituida por la descomposición de
materiales animales y vegetales.(4) Los dioses se encuentran en el
Olimpo y en la tierra los hombres, que aunque vivan en sociedad, coexisten con
su secretísima soledad y sólo en la ciencia y en su motivación por la
investigación, encuentra sendero para llevar adelante la tarea de vivir.
Por ello, en los recónditos tiempos, se sometían
enteramente a los dioses, se identificaban y buscaban ser aceptado por ellos.
Surge el pensamiento teocéntrico, el cual abarca todo lo que existe, incluso la
razón científica, ya que todo se explica por la voluntad divina. Y en ese
pensamiento omnicomprensivo está el hombre, por sí mismo y por su relación con
lo trascendente. El hombre está determinado por los dioses o Dios y, por ende,
no puede aventurarse a ser como Él o ellos.
De allí que el único ser viviente que puede tener
religión es el hombre. Parte de ese principio para avanzar en el camino de la
historia. Luego se adelanta en el sendero del saber, como bien lo define Tucídides:
“Amamos la belleza,
pero con la moderación debida;
amamos la sabiduría (“filosofamos”),
pero sin enervación”
pero con la moderación debida;
amamos la sabiduría (“filosofamos”),
pero sin enervación”
A partir de los mitos y sus consecuencias, tendremos
filósofos y teólogos; escuelas de filosofía y religiones; ademàs mucha tela que
cortar en el campo de la antropología filosófica.
Isidro Toro Pampols
7 de mayo del 2013
Publicado en malletesblogspot.com el 16 de febrero del
2015
Notas:
(1) Wikipedia.org
(2) Ídem
(3) Ídem
(4) RAE
(2) Ídem
(3) Ídem
(4) RAE
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