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miércoles, 26 de abril de 2017

El neoplatonismo



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El Neoplatonismo en una corriente filosófica que encontraremos a lo largo de la historia con diferentes variantes. Tal como se presenta en los siglos II y III de nuestra era cristiana, nos ofrece productos resultados de la especulación caracterizada por el sincretismo de la época, de gran valor para adelantar un estudio de antropología filosófica masónica. El neoplatonismo es la última manifestación de postulados platónicos en el mundo antiguo. Luego lo veremos, como hemos dicho, en el Renacimiento y en épocas posteriores, sin dejar de influir en el Medioevo.
Estos filósofos trabajan de una manera metódica la filosofía griega y alejandrina. Allí encontramos ideas pitagóricas, aristotélicas, estoicas, la influencia religiosa, trabajadas con el platonismo, logrando una creación que deja huella en el cristianismo y en toda la filosofía posterior. Son los pioneros de la escolástica, tanto en cuanto entendemos como tal la filosofía que trata de verificar la comprensión racional de las verdades religiosas tradicionales. Aplicar la escuadra de la razón y el compás de la comprensión. La religión plantea que la verdad no se busca, es revelada y posee la garantía de la tradición. La filosofía, a su vez, comprende, explica y defiende esa  verdad y que mejor escuela que la del platonismo en conciliación con las precitadas.  
Por ello la denominación de neoplatonismo, ya que no es el Platón originario y autentico, sino el uso de las ideas del ateniense para justificar una actitud religiosa producto de elementos doctrinales heterogéneos.

Amonio Sacas vive entre los años 175 y 242 d. C., y es considerado como el fundador del neoplatonismo. Es un ecléctico, educado en la religión cristiana, afirma que los dogmas cristianos habían sido enseñados por los filósofos de la Academia. Esto dio origen a la escuela llamada neoplatónica, porque pretende renovar las doctrinas de Platón, considerando al cristianismo más que una religión, como un sistema filosófico, lo que equivalía a liquidarla como culto.
Plotino nace en Egipto y vive entre el 204 y el 270 de nuestra era. Es considerado el verdadero fundador del neoplatonismo. Vive en Roma y se le reconoce una existencia ascética, misteriosa y mística. El informa que había experimentado varios éxtasis. Su obra influye el pensamiento medieval cristiano hasta el siglo XIII, en que hace su aparición Aristóteles en aquel mundo signado por la religión. Plotino es panteísta y rechaza el materialismo. El Uno es la vez el Ser, el bien y la divinidad y de él proceden por emanación todas las cosas: es el Nous o espíritu del mundo, de las ideas. El reflejo del Nous, que es el alma, se diferencia en sí misma entre el alma del mundo, que lo anima y vivifica, y las almas particulares, que tienen una posición intermedia entre el Nous y los cuerpos que informan. La última manifestación del Ser es la materia, el mundo sensible, lo indeterminado, casi un no-ser.   
Para Plotino el alma de los individuos recae una serie de veces en la materia, de la cual debe liberarse. Es la trasmigración de las almas o metempsícosis, siendo la forma de lograr dicha liberación el éxtasis o estar fuera de sí, que permite fundirse con el Uno y transformarse en el Uno mismo.
La belleza es la apariencia más visible de las ideas o manifestación del mundo suprasensible, postura que pone de bulto la influencia de Platón. Nada grotesco es agradable a la Gran Obra del Gran Arquitecto del Universo. El Uno es el foco de luz única que en la medida que emana a través de una serie de grados, se va debilitando hasta llegar a ser penumbras en el mundo material, manifestado, sensible. Simbólicamente es el trayecto del Sol de Oriente hacia el Occidente, donde se pierde en las sombras que se transforman en oscuridad. Para Plotino el hombre está ubicado entre los dioses y los animales y depende de él hacia donde se incline y, a diferencia de éstos, el ser humano tiene una referencia que le permite elevarse hacia lo más alto.
Sobre Dios nos dice Plotino que “no tiene forma, ni aun inteligible; puesto que la naturaleza del Uno en cuanto engendra todas las cosas, no es ninguna de ellas. No es ninguna cosa determinada: ni cualidad, ni cantidad, ni entendimiento, ni alma, ni móvil, ni inmóvil, ni en un lugar, ni en el tiempo; sino que existe en sí mismo uniforme, más aún informe; anterior a toda forma, movimiento o reposo”. Visto lo dicho, de Dios se puede decir lo que no es, no lo que es; por lo tanto, se habla de Él solamente por analogía con las cosas que son inferiores al Creador.
De lo anterior se desprende que la Creación es un acto que no implica cambio en la esencia divina, ya que Dios permanece inmóvil en el centro de la misma y se manifiesta en un proceso de emanación, semejante al fenómeno en que la luz se difunde en torno al cuerpo luminoso y como la luz al distanciarse de su fuente o el calor en un proceso idéntico, son energías que entran en un proceso de degradación. Lo que emana del Uno es inferior al Uno, como la luz es menos luminosa que la fuente de donde nace. Los seres que emanan de Dios no pueden, por ende, tener la perfección ni sus particulares que lo distinguen, ni su unidad, sino que, a medida que se aleja del Uno, crece en multiplicidad e imperfección.
Es de interés para nuestro quinto viaje, que Plotino considera que la primera emanación es el Intelecto, que es la imagen más próxima a Él. La primera multiplicidad la tenemos en el Intelecto: el sujeto que piensa y el objeto pensado, son dos relaciones. Este Intelecto es la sede de las ideas platónicas, el Demiurgo del que habla Platón en su libro el Timeo.
Del Intelecto emana el Alma del Mundo, que es Verbo y Acto del Intelecto, como el Intelecto es del Uno. Ya en el Alma hay una triple relación, por un lado mira al Intelecto del cual procede, y así piensa; se mira a sí misma y se conserva; y tercero, mira lo que hay después de ella y lo ordena, lo gobierna y lo dirige. El Alma del Mundo tiene una parte superior que se dirige al Intelecto y una parte inferior que se dirige al cuerpo, con la que gobierna el universo material.
Esta triada señalada en los párrafos anteriores, constituyen el mundo inteligible. La para la formación del mundo sensible se requiere de la acción del Alma del Mundo y de otro principio del que deriven las imperfecciones, la multiplicidad y el mal. Este principio es la materia, concebida como privación de realidad y de bien. La materia está en el extremo inferior de la gradación en cuya cima esta el Uno o Dios. Plotino la identifica con la oscuridad, el lugar donde ya no alcanza la luz, por lo que la equipara con el no-ser y mal.
El Alma del Mundo entra en la materia vivificándola, pero permanece en sí misma como única e indivisible. Por medio del Alma universal todas las cosas del Mundo se unen y por ende tiene un orden y una belleza perfecta. Este orden se encuentra mirando al todo incluyendo las individualidades, aun las aparentemente imperfectas o malas. El vicio tiene una función útil al todo, como ejemplo de la fuerza de la ley y acaba por producir útiles consecuencias: “Algunos de estos males –nos dice Plotino-, como por ejemplo la pobreza y la enfermedad, redundan en provecho de los que los sufren. Y, sin duda, el mismo vicio es causa de algo útil en el conjunto del universo; no sólo su castigo se nos presenta como ejemplar, sino que nos procura muchas otras cosas. El vicio, por ejemplo, hace que permanezcamos vigilantes, despierta nuestra inteligencia y nuestra propia intimidad en su oposición a los caminos del mal y nos descubre lo que es la virtud, por comparación con los males que sufren los malos.”  
De lo anterior se desprende que el fin último del hombre es el retorno a Dios. El ser humano es cuerpo viviente, pero esencialmente es alma, porque ésta está pura de cualquier elemento sensible, el que es capaz de tener las virtudes intelectuales, que tienen su asiento en el alma, aunque unida al cuerpo, separada y separable. Volvemos al concepto platónico: el ser humano es alma y el cuerpo es su cárcel y tumba.
El primer deber es quitarse de las ataduras del cuerpo, cavar calabozos a los vicios, y levantar templo a la virtud. Las virtudes son la vía de purificación del alma. Con la inteligencia y la sabiduría, el alma obra por sí sola, sin ayuda de los sentidos corporales que la pueden conducir al engaño; con la templanza se libera de las pasiones; con el valor, no teme separarse del cuerpo; con la justicia, se somete a la razón y el entendimiento. Nos dice Plotino: “Hay dos grados de asemejamiento del alma a Dios: por las virtudes cívicas, que, siendo medidas, hacen al alma semejante a la Medida transcendente, y por las virtudes superiores, que, siendo purificaciones, la hacen semejante a Dios en pureza”. La purificación es la primera condición del retorno del alma a Dios: “La purificación tiene por objeto desvincular afectivamente al alma, incluso a la inferior, de las cosas del cuerpo evitando toda clase de faltas, a ser posible aun las indeliberadas: evitando las deliberadas, el alma deviene mezcla de dios y demon; evitando aun las indeliberadas, deviene dios y recobra su prístino yo.” Este retorno a Dios, nos enseña Plotino, se confirma, además, por tres caminos: por la música, el amor a la belleza y la filosofía. A través de la música debe el hombre empinarse en tratar de llegar hasta aquella armonía inteligible que es la belleza, recordemos a Pitágoras. Por el amor llegamos gradualmente, según el proceso descrito por Platón en su libro el Fedro, desde la contemplación de la belleza corpórea a la incorpórea, la cual es un reflejo sublime del Bien, o sea, de Dios. La belleza de las cosas cercanas al Gran Geómetra, al Gran Creador es inenarrable. Buscando una comparación mundana, la belleza del bloque de mármol es superada por la estatua y ésta, por el ser humano en su forma ideal. La filosofía es el camino para avanzar hacia la fuente misma de la belleza, que es el Bien, es el Uno, Dios. Según Plotino, a Dios no se puede llegar a través de la inteligencia, por estar condicionada por el dualismo del sujeto que piensa y de la cosa pensada, mientras que Dios es unidad absoluta. En Dios no hay dualidad y el fin del alma es unirse totalmente con Dios, con un éxtasis de amor, no una visión, es entrega total que sólo la puede alcanzar el filósofo raras veces. Su discípulo Porfirio testifica que su maestro llegó al éxtasis solo en cuatro ocasiones.
Con Plotino se vuelve a la idea del cosmos como algo orgánicamente estructurado, como un cuerpo universal dotado de un alma universal. Nuestro mundo es, de acuerdo Plotino con Platón, el reflejo imperfecto del mundo inteligible perfecto: “No ha de admitirse – afirma Plotino-, con todo, que este mundo encierra una producción mala por el hecho de que hay en él muchas cosas que nos desagradan. Porque le concedemos una dignidad mayor si creemos que es idéntico al mundo inteligible, y no le estimamos, como en realidad es, una imagen de él. ¿Y acaso sería posible una representación más bella? Porque, ¿qué otro fuego que el de aquí podría ofrecernos una imagen mejor del fuego inteligible? ¿Hay, además de la tierra inteligible, otra tierra que supere a la nuestra? ¿Y existe otra esfera más perfecta o más ordenada en su movimiento que toda la extensión del universo inteligible? ¿Se concebiría, además del sol inteligible, otro sol que supere al sol visible?”
Este pensamiento de Plotino entusiasma a muchos pensadores a través de la historia y encontraremos en el renacimiento un resurgir en creadores como Goethe, quien se entrega con entusiasmo a su conocimiento. En la metafísica de Schelling (1775-1854), ya lejos del Renacimiento, renacen los pensamientos de Plotino.
Un sucesor de Plotino, discípulo de Porfirio, Jámbico de Calcídica, lleva el neoplatonismo más cerca a las fuentes orientales que sus antecesores. Jámbico subdivide las emanaciones plotìnicas creando tantas como dioses existentes en la religión popular. Deja de ser un filósofo para ser un teólogo. Plantea la teúrgia, como la virtud mágica de los ritos y ceremonias. La divinidad no obra por nuestros pensamientos porque lo imperfecto no puede arrastrar a lo perfecto. Obra si, por los símbolos y las formulas que ella misma sugiere a los hombres. Es el paso del neoplatonismo filosófico a una teología mítica que se confunde y hasta justifica, supersticiones paganas. Al momento en que el emperador Juliano, reconocido como el Apóstata, intenta dar nueva vida al paganismo, recurre a la filosofía de Jámbico como argumento.
Esto trae funestas consecuencias desatándose guerra religiosas que luego se multiplicarían por muchos motivos. Hipacia, quien sostiene la escuela platónica de Alejandría, cae muerta en el año 415, víctima del fanatismo de la turba cristiana, promovida contra ella por el obispo Cirilo.
Para finalizar con esta escuela de tanto interés para los estudios masónicos, repasaremos algo de Proclo (420-485) filosofo natural de Constantinopla, intenta sistematizar el neoplatonismo y de allí su importancia.
Proclo enfoca su categorización en el principio tríadico del neoplatonismo. La semejanza existente entre las cosas que surgen en la emanación, con aquello de lo cual proceden. Un ser que produce a otro permanece inmutable, pero su producto se le asemeja, ojo, no dice que es idéntico. Es semejante y diverso, ya que permanece y procede al mismo tiempo y no hace ninguna de las dos cosas sin la otra. Lo importante de esta explicación es la conclusión: cualquier cosa que procede por naturaleza de un ser, vuelve a él. Y vuelve a él porque aspira a la propia causa, que es su bien; y todo ser desea el bien. Proclo sistematiza el proceso de emanación en tres etapas: la primera, el permanecer inmutable de la cusa en sí misma; segundo, el proceder de ella por parte del ser derivado que por su semejanza con ella queda a ella adherido y a la vez se aleja de la misma; y tercero, el retorno o conversión del ser derivado a su causa originaria. En Proclo la emanación alcanza una consideración dialéctica entre la causa y la cosa producida, por la cual ellas, al mismo tiempo, se enlazan, se separan y vuelven a unirse en un proceso circular, en el cual el principio y el fin coinciden, que Plotino trata de explicar metafóricamente con las sensaciones de luz y calor.
Proclo acompaña a Plotino en considerar el Uno como incognoscible e inefable. Del Uno parten una serie de Enadas que son también Divinidades. El Intelecto lo divide Proclo en tres tiempos: lo inteligible, o el objeto del Intelecto, que es el Ser; lo inteligible-intelectual, que es la vida; lo intelectual, el intelecto como sujeto, que es el intelecto. Proclo divide el ser y la vida en varios momentos haciéndolos coincidir con divinidades populares. El Alma la divide en tres especies: la divina, la demoniaca, y la humana; tanto la divina como la demoniaca la subdivide haciéndolas coincidir con dioses o seres propios de la superstición popular.
El mundo es gobernado por el Alma divina. El mal es producto de los grados medios y bajos de la escala del mundo y de la deficiencia en la adaptación del bien divino, nunca es originado por el Alma divina.
Proclo asume las características que le asignan al alma tanto Platón como Aristóteles, pero le agrega una muy importante: admite en ella una facultad superior a todas, el Uno en el alma, que corresponde al Uno en el Mundo y es la facultad apta para conocerlo. La elevación moral del alma termina en la unión extática con el Uno. Los últimos grados de elevación son el amor, la verdad y la fe. El amor nos lleva a la visión de la belleza divina; la verdad hasta la sabiduría divina y el conocimiento perfecto de la realidad; pero es la fe la que nos lleva más allá de todo conocimiento y de todo devenir, al reposo y a la unión mística con lo que es incognoscible. (Abbagnano. Historia de la Filosofía. Tomo I)  

Bibliografía
Abbagnano, Nicolás. Historia de la Filosofía. Tomo I. Montaner y Simons, S.A. Barcelona, España. 1964.
Albornoz, Hernán. Diccionario de Filosofía. Vadel Hernmanos, editores. Valencia. Veneziuela. 1990.
Kranz, Walther. Filosofía Griega. Tomo III. Unión Tipográfica Hispanoamericana. UTEHA. México 1964.
Martinez Echeverri, Leonor y Hugo. Diccionario de Filosofía. Editorial Panamericana. Bogotà. Colombia. 1997
Plotino. Eneadas. Editorial Planeta-DeAgostini, S.A. (1996)
Wikipedia.




     




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