Caracas, 1851 por Lessman |
En 1851 dos comerciantes norteamericanos
residenciados en Caracas, Louis Baker y Salomón Humphrey se trasladaron a los
EE UU con el fin conocer el telégrafo electromagnético inventado por Samuel
Morse.
De regreso, solicitaron la concesión del servicio
entre La Guaira, Caracas, La Victoria, Valencia y Puerto Cabello. Los
negociantes solicitan la concesión en exclusiva por 10 años para “…el
establecimiento de la comunicación instantánea por medio de alambres
conductores del pensamiento, según el sistema Morse…” El gobierno no tomó en
cuenta la oferta y argumentó que la Ley sobre Patentes de Invención no
facultaba al Ejecutivo para otorgar ese tipo de exclusividad. Según crónicas de
la época privó más la falta de capital que otra cosa, lo que no amilanó a
Humphrey para “buscársela” con su conocimiento.
Es así como adelanta una hábil campaña publicitaria
en el periódico El Diario de Avisos, invitando a funciones nocturnas
donde los parroquianos, a cambio de unas monedas, podrían familiarizarse con la
técnica de comunicarse a larga distancia, algo realmente novedoso en aquel
pueblote que era la Capital a mediados del siglo XIX.
“Desconfía y acertará” era la consigna que orientaba la actuación del Gobernador Político, don Marcelino de la Plaza y sobre la base de dar cumplimiento a las ordenanzas de seguridad y orden público, pero sobre todo por sospechar que tales presentaciones pudiesen ser una cubierta para ocultar conspiraciones políticas, estableció un riguroso seguimiento a las funciones programadas.
El tal Humphrey utilizó una casa por los lados de la esquina de La Palma, conocida también como El Juncal, para organizar sus presentaciones. Por diez centavos fuertes, o sea, un realito, se podía disfrutar del espectáculo. Y miren, ya se practicaba la sobreventa de boletos, lo que acarreó falta de compostura en el público, abucheos, pitas, cuchufletas y palabrotas que ofendía a las damas presentes.
El promotor ofreció, mediante avisos de prensa, mejorar el espectáculo: aumentar el alumbrado, limitar la venta de entradas, acondicionar un salón para damas, entre otras. Esos cambios le permitieron mantener la oferta de la diversión a los caraqueños.
Sobre la tarima, “El Hombre de las Brujerías” explicaba el sistema Morse. Rodeado de varias mesas pequeñas, en las cuales colocaba unas pilas de Volta, rollos de cables de diferentes diámetros, varios frascos de distintos colores, un aparato trasmisor y otros objetos, mister Humphrey, en mangas de camisa explicaba, como colocando un dedo sobre determinada palanca y a un impulso del fluido magnético expedido por la batería era posible transportar el pensamiento escrito hasta lejanos confines y en breves segundos. El presentador de marra, fruncía la cara para lograr el ceño adusto de la concentración. En otro momento se presentaba jovial y locuaz, hablando en tono seductor y acariciando el espectro de lo misterioso. Todo aquello lo elabora en la medida que tiene la necesidad de mantener un flujo de público constante. Prepara temas que mantengan la atención del auditorio. Avanza en la medida que percibe que el público desea conocer más del enigma y acaricia la afirmación del contacto con lo divino y sobrenatural. Habla de los iluminados, de los espíritus, de la cabala, entra en el mundo de las supersticiones, de las fuerzas etéreas, del esoterismo, pero ramplón.
La presentación de la técnica del telégrafo era el abre boca para incursionar en la cosmogonía esotérica, sobre brujas, hechizos, exorcismos, escuelas de misterios, grandes hombres de la ciencias ocultas, la alquimia, el encuentro con el saber del más allá.
Todo llega a su fin y así los argumentos se fueron acabando por cansancio y por la llegada de información que en nada relacionaba el descubrimiento del telégrafo con las ciencias ocultas. Todo se diluyó y “El Hombre de las Brujerías”, sencillamente, un día desapareció.
En 1855, el ingeniero español Manuel de Montúfar obtiene el “derecho exclusivo de ejercer por el término de quince años, en la República, la empresa Telégrafo Electromagnético…” firmando ese mismo año el contrato para construir una línea telegráfica entre La Guaira y Caracas la cual se inauguró el 29 de mayo de 1856. Manuel Montúfar se le reconoce el haber introducido el telégrafo en Venezuela a pesar que “El Hombre de las Brujerías”, como se reconocía Humphrey, fue quien probablemente hablo primero del tema en el país.
“Desconfía y acertará” era la consigna que orientaba la actuación del Gobernador Político, don Marcelino de la Plaza y sobre la base de dar cumplimiento a las ordenanzas de seguridad y orden público, pero sobre todo por sospechar que tales presentaciones pudiesen ser una cubierta para ocultar conspiraciones políticas, estableció un riguroso seguimiento a las funciones programadas.
El tal Humphrey utilizó una casa por los lados de la esquina de La Palma, conocida también como El Juncal, para organizar sus presentaciones. Por diez centavos fuertes, o sea, un realito, se podía disfrutar del espectáculo. Y miren, ya se practicaba la sobreventa de boletos, lo que acarreó falta de compostura en el público, abucheos, pitas, cuchufletas y palabrotas que ofendía a las damas presentes.
El promotor ofreció, mediante avisos de prensa, mejorar el espectáculo: aumentar el alumbrado, limitar la venta de entradas, acondicionar un salón para damas, entre otras. Esos cambios le permitieron mantener la oferta de la diversión a los caraqueños.
Sobre la tarima, “El Hombre de las Brujerías” explicaba el sistema Morse. Rodeado de varias mesas pequeñas, en las cuales colocaba unas pilas de Volta, rollos de cables de diferentes diámetros, varios frascos de distintos colores, un aparato trasmisor y otros objetos, mister Humphrey, en mangas de camisa explicaba, como colocando un dedo sobre determinada palanca y a un impulso del fluido magnético expedido por la batería era posible transportar el pensamiento escrito hasta lejanos confines y en breves segundos. El presentador de marra, fruncía la cara para lograr el ceño adusto de la concentración. En otro momento se presentaba jovial y locuaz, hablando en tono seductor y acariciando el espectro de lo misterioso. Todo aquello lo elabora en la medida que tiene la necesidad de mantener un flujo de público constante. Prepara temas que mantengan la atención del auditorio. Avanza en la medida que percibe que el público desea conocer más del enigma y acaricia la afirmación del contacto con lo divino y sobrenatural. Habla de los iluminados, de los espíritus, de la cabala, entra en el mundo de las supersticiones, de las fuerzas etéreas, del esoterismo, pero ramplón.
La presentación de la técnica del telégrafo era el abre boca para incursionar en la cosmogonía esotérica, sobre brujas, hechizos, exorcismos, escuelas de misterios, grandes hombres de la ciencias ocultas, la alquimia, el encuentro con el saber del más allá.
Todo llega a su fin y así los argumentos se fueron acabando por cansancio y por la llegada de información que en nada relacionaba el descubrimiento del telégrafo con las ciencias ocultas. Todo se diluyó y “El Hombre de las Brujerías”, sencillamente, un día desapareció.
En 1855, el ingeniero español Manuel de Montúfar obtiene el “derecho exclusivo de ejercer por el término de quince años, en la República, la empresa Telégrafo Electromagnético…” firmando ese mismo año el contrato para construir una línea telegráfica entre La Guaira y Caracas la cual se inauguró el 29 de mayo de 1856. Manuel Montúfar se le reconoce el haber introducido el telégrafo en Venezuela a pesar que “El Hombre de las Brujerías”, como se reconocía Humphrey, fue quien probablemente hablo primero del tema en el país.
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