El aristotelismo renacentista marca el camino para
el ulterior desarrollo de la investigación natural, tal como lo hacía
Aristóteles, pero ahora con una visión algo distinta o ampliada: el hombre
reconoce que es parte del mundo, pero una pieza original, por lo tanto, se
arraiga en el mundo pero teniendo a éste como un dominio propio del ser humano.
Así veremos que en el Renacimiento retoña la magia,
la filosofía natural y se dan, quizás es apropiado decirlo, los pasos que
conducen a la ciencia como hoy la conocemos.
Según el Diccionario de Magia Antigua y
Alquimia, la palabra magia deriva del latín magia, de magus,
“mago”; para algunos esta palabra es de origen persa, traducida al latín como sapientia,
sabiduría. Otra acepción es técnica o arte de la manipulación de las fuerzas
ocultas.
La magia se caracteriza por dos supuestos
esenciales: primero, la animación universal de la naturaleza, que se considera movida
por fuerzas intrínsecamente semejantes al hombre y dominadas por la simpatía
universal. Segundo, el intento de penetrar con diversos medios, en los
secretos más íntimos de la naturaleza.