Bolívar en su actuar y en sus escrito,
testimonios dejado para la posteridad, es una amplia fuente para el análisis
masónico. Ser masón se sintetiza como un hombre libre, quien practica una moral
purificada. La ética de un individuo, su comportamiento con el prójimo, es la
vitrina de su paso por esta existencia. Visto así, Bolívar como masón, lo vamos
burilar sucintamente desde el ángulo de la moral del gobernante. Decimos
resumidamente, porque el tema da para una extensa obra.
Hay testimonio escrito que Bolívar fue
masón. Así que éste constructor de repúblicas no sólo dejó para la posteridad
su accionar militar, sino un ideario político, proyectos constitucionales,
textos sociológicos, acción de gobierno y un conjunto de decretos, proclamas y
otros escritos que dibujan al Bolívar desde la perspectiva de la moral del
gobernante.
El comportamiento ético de los gobernantes de
las nuevas repúblicas fue objeto de atención del Libertador. Allí se evidencia
uno de los elementos distintivos de un verdadero masón. Su posición es firme
contra la corrupción, que ya él presagiaba como el peor flagelo que afectaría a
las naciones en ciernes.
La corrupción ha permeado la historia desde
tiempos antiguos hasta estos momentos. La tragedia hispanoamericana tiene sus
raíces en este cáncer. En muchos casos, se ha pretendido ocultar mediante
discursos patrioteros o construyendo enemigos externos e internos. La
corrupción implica que las puertas de los calabozos, lugar donde deben estar
encerrados todos los vicios, están abiertas de par en par.
El hecho de la corrupción en nuestras
incipientes repúblicas colocaba, y coloca en la actualidad, a la democracia en
entredicho. Eso ha ocurrido a lo largo de los siglos XIX, XX y XXI venezolano y
las respuestas sociales han sido abrirles las puertas a gobiernos autoritarios.
Jefaturas que en nada han contribuido a forjar una moral pública transparente,
que en definitiva se erige, aplomando el edificio institucional, sobre la base
de una educación del ciudadano en el ejercicio de sus derechos.
El tema de la moral pública, entendida como
la actitud que debe asumir el ciudadano frente a los asuntos colectivos, que va
más allá de la moral sustentada en principios religiosos, hogareños,
tradiciones, los cuales son de valía tanto en cuanto estén aquilatados en un
deber ser prístino y purificado sobre criterios de equidad, justicia, libertad,
fraternidad y tolerancia, para fortalecer los pilares que deben sostener la
Administración Pública en todas sus vertientes: ejecutiva, legislativa y
judicial.
Bolívar advirtió en la Carta de Jamaica (06/09/1815) que “el sistema colonial nos dejaba en una
especie de infancia permanente con respecto a las transacciones públicas”.
Cierto que los criollos si ejercían una serie de cargos, tal como el caso de Cristóbal Mendoza, quien fue el primer presidente de Venezuela y quien había ejercido varios cargo en el gobierno colonial, e incluso los cabildos tenían funciones
especificas. Pero había las de alto calibre que eran reservadas para los
blancos peninsulares. Ello implicaba que los hispanoamericanos no podían
capacitarse plenamente en la función pública. Pero desde el punto de vista
moral, eso no era excusa, ya que quizás se podrían cometer errores, mas no daba
pie a ejercer los cargos de la República de manera dolosa.
Bolívar se encontró y confrontó desde los
inicios el problema de la corrupción. Ya el 11 de septiembre de 1813 decretó la
pena de muerte a quienes defraudasen la renta de tabaco. El 24 de enero de 1824
aplica el mismo castigo a quienes sean culpables del delito de peculado.
El 16 de septiembre de 1824 el Libertador
dicta medidas por el cual responsabiliza a los funcionarios de la incompetencia
de quienes son sus recomendados para trabajar en la esfera pública. El 11 de
enero de 1825 establece la Junta Calificadora para escoger a los funcionarios.
El 16 de septiembre de 1824 dice que “se
ha observado con dolor, que muchas veces es pospuesto el servicio de la
República a los sentimientos personales,
bien porque se califica favorablemente a unos, en razón de una humanidad mal
entendida, de relaciones de amistad, o de otras emanadas puramente del influjo;
bien porque se les niega a otros su mérito, o se confunde los grandes servicios
de alguno, por la exageración con que se recomienda el de otros, resultando de
todo la mala elección de los funcionarios y, por consiguiente el mal régimen de
las instituciones, y lo que es más sensible, el que cargue sobre sí el gobierno
la nota de distribuir mal los empleos, cuando éste no ha procurado más que
hacer las cosas por el exclusivo bien de la República”.
Bolívar ya percibía la importancia de la
competencia, eficiencia, transparencia y responsabilidad en la toma de
decisiones en la Administración Pública: “Las
funciones públicas pertenecen al Estado: no son patrimonio de los particulares,
ni alguno que no tenga probidad, aptitud y merecimiento es digno de ellas. Pero
¿qué hará el Gobierno, cuando los que debieran estar en guarda de esos
requisitos, expiden informes pomposos, y califican de beneméritos, a quienes
acaso excluyen las leyes y la opinión pública? La más pequeña expresión de un
jefe influye en la suerte de la patria, y en especial, respecto de aquellos
empleos en que es indispensable descansar en la palabra de otro”.
El espíritu del párrafo anterior pone de
bulto un Bolívar con plena conciencia que la construcción de un Estado que
represente dignamente a sus conciudadanos, pasa por una estructura burocrática
aquilatada en la moral y adiestrada en la experticia de las ciencias que le
correspondan de acuerdo a la función a desempeñar.
El tema de un canal que comunicase ambos
océanos a través del Istmo de Panamá ya se había hecho presente para 1826.
Bolívar rechaza ser protector de la empresa inglesa que hace la propuesta y
aconseja al general neogranadino (Colombia) Francisco de Paula Santander que
rechace cualquier oferta de intervención. A tal efecto le escribe el 22 de
febrero de 1826: “He visto la carta de Ud. en que me propone sea yo el
protector de la compañía que se va a establecer para la comunicación de los dos
mares por el Istmo. Después de haber meditado mucho cuanto Ud. me dice, me ha
parecido conveniente no sólo no tomar parte en el asunto, sino que me adelanto
a aconsejarle que no intervenga Ud. en él. Yo estoy cierto de que nadie verá
con gusto que Ud. y yo, que hemos estado a la cabeza del gobierno, nos
mezclemos en negocios puramente especulativos”.
Sólo un individuo con un nivel de conciencia
altamente formado en principios y virtudes da ejemplos como el testimoniado en
el párrafo anterior. Este saber de su responsabilidad y misión de combatir al
tirano de la ignorancia, germen de los males de una sociedad, lo mantenía
atento frente a cualquier injusticia por inocua que pareciese. En una carta
fechada el 16 de mayo de 1826 regaña a su sobrino Anacleto Clemente,
reprochándole de la siguiente manera: “¿No
te da vergüenza ver que unos pobres llaneros, sin educación, sin medios de
obtenerla, que no han tenido otra escuela que la que da la guerrilla, se han
hecho caballeros; se han convertido en hombres de bien; han aprendido a
respetarse a sí mismos tan sólo por respetarme a mí? ¿No te da vergüenza, repito,
considerar que siendo tú mi sobrino, que teniendo por madre a la mujer de la
más rígida moral, seas inferior a tanto pobre guerrillero que no tiene más
familia que la Patria?” Formarse para ser virtuoso aplicando el nivel en el
trato con el prójimo, independientemente de su origen, educación o condición
social, herramienta fundamental para levantar el edificio aplomado de la nueva
sociedad sobre la base de la escuadra de la razón y el compás de la
comprensión. He allí la enseñanza del Libertador. De un hombre que
constantemente ve a su maestro interior. Prueba de lo anterior es la afirmación
que le hace al precitado sobrino en carta fechada en Guayaquil el 29 de mayo de
1823: “…no quiero lujo en nada; pero
tampoco indecencia…”- Al general Santander le escribe desde Lima, el 27 de
noviembre de 1823: “Se me olvidaba decir
a usted que estos señores (del Congreso del Perú) me han señalado cincuenta mil pesos de sueldo, pero yo he contestado
que no los admito, porque no es justo, ni noble que yo me ponga a sueldo del
Perú pudiendo, con mil onzas que pueden gastarse aquí, librar de esta mancha al
jefe de Colombia”.
Qué manera de utilizar el compás para
determinar el alcance de su acción lo más cercano al punto, que simbólicamente
representa la fuente de Luz, por ser uno, único e indivisible. Igual renuncia
el 9 de enero de 1824 a los 30.000 pesos anuales que le asignó el Congreso de
Colombia por estar el “Tesoro público exhausto”. El 12 de
febrero de 1825 renuncia al millón de pesos que acordaron otorgarle los peruanos
respondiendo el Libertador: “… sería una
inconsecuencia monstruosa si ahora yo recibiese de manos del Perú lo mismo que
había rehusado a mi Patria”.
En agosto de 1825 le escribe a Antonio José
de Sucre, también masón, en relación a la utilización de fondos públicos que
había ordenado el jefe civil y militar del Departamento de Puno, el general
Guillermo Miller, para su visita a la zona. Bolívar le dice a Sucre: “No gravar en un maravedí los fondos del
Estado en toda la marcha que tiene que hacer sólo con el objeto de trabajar por
la felicidad de los pueblos, y que el señor Miller ha dado esta misma orden en
todos los Departamentos, haga V.E. que se suspenda inmediatamente, y que se
reintegre al Tesoro Público cualquier cantidad que se hubiese extraído con tal
fin”.
En 1820 se quejaba de “servir entre tanta gente non santa” en una carta dirigida a
Fernando Peñalver, fechada el 24 de septiembre. En 1821 cede de su sueldo de
treinta mil pesos, la cantidad de mil pesos para beneficiar a la viuda de
Camilo Torres, héroe de la Nueva Granada, quien “se halla reducida a la más espantosa miseria”. No ordena ir contra
los fondos públicos, sino contra su sueldo.
Bolívar se autorretrata espiritualmente en
una carta enviada a su hermana María Antonia, fechada el 10 de junio de 1825:
“… dile (a Antonio León) que yo no soy un ingrato; que yo me acuerdo
mucho de la noche que me escondió en su casa en tiempos de Monteverde, que no
he olvidado el dinero que dio a ustedes ni el que me ofreció a mí, ni las onzas
que dejó en mi casa el día de la retirada de Caracas. Ofrécele todo lo que yo
pueda hacer por él, y que empiece por aceptar su dinero; que no le mando nada
porque yo no tengo nada, pero que para después podré tener”
“Te
mando una carta de mi madre Hipólita, para que le des todo lo que ella quiera;
para que hagas por ella como si fuera tu madre; su leche ha alimentado mi vida
y no he conocido otro padre que ella. Al tío Esteban le mando una libranza de
cinco mil pesos contra el tesoro público. Bastante me ha costado este paso,
pero he debido hacerlo en beneficio de él. Hazle muchos cariños de mi parte”.
La suerte de Bolívar estuvo signada por
penalidades recurrente. En 1812 desterrado en Curazao, en 1816, en Haití. Una
larga enfermedad durante la campaña de 1818. En medio de la azarosa vida del
guerrero, en un medio hostil al idealismo de construir repúblicas sobre la base
de la virtud ciudadana, se topo con la calidad moral de los hombres quienes
iban a aplicar las leyes que se sancionaban. Por ello procuraba que el Poder
Judicial fuese independiente e impoluto, pues dicho Poder contiene la medida
del bien y del mal de los ciudadanos, garante de la justicia y de la libertad
de la patria.
“Moral
y luces son nuestras primeras necesidades”, síntesis brillante de todo un pensamiento
que engloba virtud y ciencia: columnas que sostienen a la masonería.
Bolívar ha sido mal utilizado con fines
egoístas tanto por cagatintas tarifados o por letrados sin probidad. Más de un
encantador de serpientes ha construido castillos ideológicos mezclando frases
del Libertador con autores propulsores de determinismos que por el simple hecho
de ser planteamientos dogmaticos, son reñidos con el ideario de Bolívar.
Quienes han tenido la fortuna de embaucar al pueblo con galimatías
racionalmente indescifrable, se llevan el reconocimiento de haber estancado y
hasta retrocedido el ya ralentizado avance institucional de la República.
Bolívar ha servido para todo y para todos.
Observando nuestro maestro interior, como individuos signado por las buenas costumbres
y el libre pensamiento, debemos situarnos en el lado de la libertad, igualdad y
fraternidad, estandarte englobado en su síntesis espiritual: “Moral y luces son nuestras primeras
necesidades”.
Bibliografía
Canache Mata, Carlos. Cultura y política. Academia Nacional de la Historia, Caracas, 1990
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