Esta polémica del cristianismo primitivo con la
gnosis le obliga a formular una más rigurosa elaboración doctrinal. Dos
aspectos se colocan de bulto: primero, individualizar y defender las fuentes
genuinas de la tradición cristiana. Luego, el verdadero significado de esta
tradición desvirtuada por supuestas corrupciones y errores que pretendían hacer
valer un significado distinto e incluso apropiarse de la misma.
Lamentablemente muchas obras que se conocen
existieron por referencias cruzadas, no han sobrevivido al paso del tiempo.
Solamente las elaboraciones de algunos cristianos que perduran las cuales son
útiles para tener una visión de la importancia del enfrentamiento.
Una de las primeras grandes polémicas, sino la
primera, tiene que ver con los Evangelios. Los gnósticos expresaban que
el mensajero divino había dejado sus enseñanzas secretas en manos de algún
discípulo preferido, y así circulaban algunos evangelios que procuraban
contener esos secretos. Uno de ellos, por ejemplo, es el Evangelio de Santo
Tomás.
Cada grupo gnóstico decía tener su propio evangelio
y una tradición secreta que les unía con el Salvador. Frente a tales
aspiraciones, la iglesia optó por mostrar que sus doctrinas tenían el apoyo, no
de un evangelio supuestamente escrito por tal o cual apóstol, sino de varios
Evangelios. El hecho mismo de que todos estos Evangelios diferían entre sí,
pero al mismo tiempo concordaban en los elementos fundamentales de la fe, era
prueba de que las doctrinas de la iglesia no eran invención reciente, sino que
reflejaban las enseñanzas originales de Jesucristo.
Irineo.
Irineo nació hacia el año 140 en Asia Menor.
Eusebio de Cesárea reseña algunas de las obras de este representante de la
Patrística Cristiana de las cuales quedan reseñas o textos parciales. Pero de
su obra Refutación y desenmascaramiento de la falsa gnosis, conocida
popularmente Adversus haereses, se conoce completa, no en su original
griego, pero si en una versión latina del siglo IV.
Irineo hace un planteamiento sencillo: la verdadera
gnosis ha sido trasmitida por los Apóstoles de la Iglesia.
Dios es incomprensible y no puede ser pensado, así
que El es entendimiento, pero no similar a nuestro entendimiento; es luz, pero
no semejante a nuestra luz. El hombre esta limitado en su conocimiento ya que
todos nuestros conceptos le son inadecuados y el hombre no puede pasar sus
limites: “Es mejor no saber nada, pero creer en Dios y permanecer en el amor
de Dios, que arriesgarse a perderle con investigaciones sutiles”. (Adversus
haereses., II,28,3) El conocimiento de Dios es sólo posible por revelación:
sin Dios no se puede conocer a Dios. Y la gran revelación es el mundo, como es
del conocimiento general.
Irineo carga con fuerza contra la tesis de que la
creación del mundo es producto de una emanación de Dios y no de Dios mismo.
Parte de la premisa que dicha afirmación conlleva la imposibilidad de que Dios
tuviese el poder la capacidad para crear el mundo. Irineo refuta la doctrina
gnóstica de que el Logos y el Espíritu Santo son eones subordinados y defiende
la igualdad de esencia y de dignidad entre el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo. El Hijo de Dios ha existido eternamente con el Padre, al igual que el
Espíritu Santo, por lo que no tienen principio, por estar junto al Padre desde
la eternidad. Además, la simplicidad de la esencia divina no permite la
separación y no se puede admitir la emanación del Hijo y del Espíritu Santo. El
Hijo es el órgano de la revelación divina y se subordina al Padre por su
actividad, no por su ser o esencia.
Irineo refuta la distinción gnóstica de cuerpo,
alma y espíritu. El hombre está compuesto de alma y cuerpo y el espíritu es una
capacidad del alma por la cual el hombre puede llegar a ser perfecto y
constituirse en imagen de Dios. Solamente por la acción del Espíritu Santo se
puede santificar la figura humana y por la fe y el temor a Dios puede
participar del espíritu y elevarse a la vida divina.
El cuerpo es una creación divina y no puede
involucrar el mal en su naturaleza. El origen del mal en el hombre está en su
elección, en el uso del libre albedrío. El bien consiste en creer en Dios,
obedecerlo y en guardar sus preceptos; el mal radica en la desobediencia y en
la negación de Dios. El bien lleva al ser humano a la inmortalidad, que es
concedida al alma, pero no es intrínseca a la naturaleza de la misma. El mal
conduce al hombre a la muerte eterna.
El cuerpo resucitará tras la nueva llegada de
Cristo, luego del reino del Anticristo. Entonces las almas, tras readquirir sus
cuerpos, podrán llegar a la visión de Dios.
Hipólito.-
Hipólito pasa a la historia por su oposición a los
ablandamientos en la disciplina eclesiástica introducidas por el Papa Calixto
(217-222). Hipólito es uno de los primeros antipapas que la historia conoce.
Calixto permitió la reincorporación al seno de la
Iglesia de personas que habían profesado doctrinas consideradas heréticas, y le
concedió incluso dignidades eclesiásticas.
Hipólito sostiene que los herejes elaboran sus
doctrinas sobre la base de la sabiduría pagana y no de la tradición cristiana.
Pero también increpa al papa Calixto por no establecer una distinción
suficiente entre el Padre y el Logos, atribuyendo toda la obra redentora al
Padre más bien que al Hijo. Su doctrina del Logos tiende a establecer esta
distinción. El Padre y el Hijo son dos personas diversas, aunque constituyan
una sola potencia. Como Logos no expresado existía el Hijo en el
Padre, como inseparable unidad. Cuando el Padre quiso, el Hijo procedió del
Padre y pasó a ser una persona aparte como otro respecto al Padre. Con
la encarnación el Logos se transforma en el perfecto Hijo del Padre. “Si
Dios hubiese querido, hubiera podido hacer Dios a un hombre en vez del Logos”,
afirmando la arbitrariedad de la generación divina. De lo anterior se desprende
la subordinación de la naturaleza del Logos a la del Padre. Por todo lo
anterior deja claro que no existen dos divinidades: la relación entre el Padre
y el Logos es idéntica a la de una fuente luminosa y la luz, el rayo y el sol.
El Logos es una potencia que procede del todo y el todo es el Padre, de cuya
potencia procede. Esta procedencia era necesaria para la creación del mundo, ya
que el Logos es el intermediario de la obra creadora.
Sobre el Espíritu Santo, Hipólito sentencia: “El
Padre manda, el Hijo obedece, el Espíritu Santo ilumina; el Padre está por
encima de todo, el Hijo está por todo, el Espíritu Santo está en todo. No
podemos pensar en un único Dios, si no creemos en el Padre, el Hijo y en el
Espíritu Santo”, admitiendo de esta manera la tercera institución, la del
Espíritu Santo.
Una afirmación importante de Hipólito es la que
establece que el hombre puede llegar a ser Dios: “Sé seguidor de Dios y coheredero
de Cristo, en vez de servir a los instintos y pasiones, y llegarás a ser Dios”.
Para ello el hombre debe utilizar la libertad concedida por Dios, en seguir la
ley que le ha sido dada por los profetas y en especial por Moisés.
Bibliografía.-
*- Abbagnano, Nicolas. Historia de la Filosofía. 2da edición. Montaner y Simon, S.A.
Barcelona, España 1964
*- Backhouse E., Tylor C. Historia de la Iglesia Primitiva. Tomo I. Libros CLIE. Barcelona.
España. 1986
*- Cesárea, Eusebio de. Historia Eclesiástica.
Tomo I. Editorial CLIE. Traducción del griego por George Grayling. Notas por
Samuel Vila. Barcelona. España. 1988
*-
González, Justo L. Historia del
Cristianismo. Tomo I. Editorial Unilit Miami, Fl. U.S.A. 1994
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